• 14 de Diciembre del 2024
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Chavela Vargas, la reina de la noche

La música mexicana no encontró mayor lujo que una voz palpitante, aunada a la inseparable guitarra que desde algún rincón sombrío, adelantaba la presencia irrepetible de Chavela Vargas, “la chamana”, que desde México, hasta Europa y Sudamérica, conmovió los corazones con su estremecedor talento.

Fuimos nubes que el viento apartó,

fuimos piedras que siempre chocamos,

gota de agua que el sol resecó,

borrachera que no terminamos.

Chavela le habla al tiempo con la voz de plomo. Entre sus manos de poeta, se dibujan aquellas piedras rodantes, que interrumpen el paso de la felicidad. Frente a la borrachera interminable que nos cuenta, pareciera que lo que nunca pudo ser, cobrara sentido en esa voz que se venga tenuemente pero hasta el fondo, de aquel destino que torno al amor trunco.

En el tren de la ausencia me voy,

mi boleto no tiene regreso,

lo que tengas de mi te lo doy,

pero no te devuelvo tus besos.

La generosidad puede llegar a ser despiadada, cuando lo que se busca es que el prójimo comprenda, que hay cosas imposibles de entregar. Pueden ser esos mismos besos que ya no admitirán devolución; o las cosas que se regalan porque valen mucho menos.

No... Volveré,

te lo juro por Dios que me mira,

te lo digo temblando de rabia;

no volveré.

Chavela con las manos ajadas por el tiempo, parece abrir de una a una aquellas nubes grises que antecedieron el adiós total. Más lo importante, es que esa despedida no saldrá de otra boca que no siga siendo la suya, y que sentencia entre un tequila y otro; “no volveré”.

Pero Chavela, volvió siempre a los lugares que amó. A España, la tierra que la revivió en su segundo aire intenso, para nunca jamás abandonar el éxito. México, la tierra prohibida de los primeros amores lésbicos, la de sus borracheras con José Alfredo, de la que fue compinche e intérprete sin par. Ahí, al lado de los cerros con los que hablaba, sus charlas interminables donde su voz iba penetrando entre los sentidos aunque no cantara, se convertían en verdaderas predicaciones místicas.

Se abre el tiempo justo a la medianoche. Al lado de un buen mezcal para el olvido, irrumpe la chamana con su gabán multicolor, ella sonríe sabiéndose única, soñadora, cristalina como el agua. Basta asomarse un poco a ella, para apreciar toda su entraña en carne viva, y comienza el aquelarre.

Ya me canso de llorar y no amanece,

ya no sé si maldecirte o por ti rezar.

Tengo miedo de buscarte y de encontrarte,

donde me aseguran mis amigos que te vas.

Experta en el arte del buen decir, Chavela se queda con todo, y lo va devolviendo lentamente detrás del sollozo de aquella poderosa voz que con los años, se fue volviendo más interior, como las estalactitas. Va y viene la chamana en cada trago, detrás de cada lágrima impotente, detrás de cada acorde de la guitarra llorona, que clama piedad desde lo más profundo del vientre. La bruja mayor de la canción, se burla del amor inacabado, se sabe ilimitada como el horizonte, donde su mirada se apagó de tanto esperar.

Chavela Vargas fue grande, no solo por su capacidad de integrar en torno suyo a los públicos más eclécticos, sino además, por su sencillez profunda, aquella que le permitió el calor de una fama que se amplió junto con ella, y no tener que darle explicaciones a nadie. Ahí yace Chavela, tumbada en la hierba junto a Frida Kahlo, y una guitarra pendenciera que recuerda como dicen por ahí; “que la cabra tira al monte”. Chavela tiró para todas partes, desde la ruina de las calles sin fin en la ciudad errante, al calor del vino, y las serenatas nocturnas, hasta los escenarios más grandilocuentes; rodeada de un público anhelante de llorar junto con ella sus amores prohibidos.

Ahí está Chavela, brotando del recuerdo, tirada sobre un jorongo, guitarra en mano y la desfachatez a cuestas. Hermana musical de otras que como ella, supieron decirlo todo sin límite alguno; Lucha Reyes, y el lúgubre mariachi que no deja de aullar. María Luisa Landin, y la canción cabaretera de “rompe y rasga”. Amalia Mendoza, y la interpretación al rojo vivo, donde se confunden las lágrimas, con el sabor embriagador del tequila más barato. Pero al final, ninguna como ella, ninguna más longeva y tan sabia como la madre tierra; Chavela en su peregrinar, regalando afectos por el mundo.

Canción que toco la hizo suya. Amó, fue amada, y cuando le preguntaron que si le temía a la muerte, sonrío mirando hacia adentro y contestó; “si pude nacer, puedo morir”. El colofón extraordinario, de una vida dedicada al arte de expresar, una forma sencilla pero profunda de decir; “vida nada te debo, vida; estamos en paz”.