• 23 de Abril del 2024

Pandemia: disolución y caos

Corona / geralt/Pixabay

 

Son precisamente los pobres de los países subdesarrollados, quienes sufren hoy el más duro de los desafíos: sobrevivir

 

  

Desconfianza global

A más de un año de que se diera a conocer la propagación del COVID-19, y de que los efectos que tomaron por sorpresa al mundo entero, provocaran una crisis global, los datos acerca del origen del virus, factores de contagio y comportamiento, continúan siendo un misterio. Lo anterior, a pesar de que la OMS y China, determinaran a través de una investigación nada concluyente, que el COVID-19 procede de los murciélagos, y que el epicentro de la pandemia fue la ciudad de Wuhan (China).

Pero las conclusiones de dicha investigación, que fue más producto de la presión internacional que de la buena voluntad de la OMS, no han dejado satisfechos a los colectivos de médicos y activistas, quienes se han organizado a través de blogs, manifiestos o movilizaciones internacionales, mismos que piden a gritos dudar de la versión oficial.

La desconfianza hacia los organismos de cooperación multilateral que dicen luchar contra la pandemia, es del todo explicable, sobre todo si analizamos el repentino interés de China en la OMS, organismo al que ha logrado cooptar a través de poderosas donaciones.

También, la guerra sin cuartel por el control del mundo que libra el dragón asiático, frente al todavía vigente imperio estadounidense, que, aunque mermado, parece no ceder un ápice en su deseo de mantener sus tentáculos alrededor del orbe. La pandemia, ha venido a recrudecer la añeja enemistad China-EEUU, naciones que, por cierto, se han visto obligadas a adaptar sus métodos de ataque y mutua infiltración, al devenir determinado por el COVID-19.

Pobres y enfermos

Cuando es innegable que la pandemia vino a empeorar el panorama de miseria en el mundo, aumentando la brecha de desigualdad ya existente, son precisamente los pobres de los países subdesarrollados, quienes sufren hoy el más duro de los desafíos: sobrevivir frente a los cierres económicos, también, enfrentar la enfermedad ante un sistema de salud quebrantado, y una profesión médica arrodillada ante el lucro inmisericorde.

Resulta evidente, que quienes cuentan con la mayor esperanza de vida son los ricos, quienes, por otro lado, sí poseen el capital para enfrentar la enfermedad en un caro nosocomio, o bien, desde sus hogares con enfermeros, observación diaria y en su caso, suministro de tanques de oxígeno.

Ante la ausencia de información de talante científico, y el errático actuar de la OMS, que ha hecho de la discrecionalidad un síntoma, pareciera que el lenguaje de las grandes potencias frente a la pandemia es el de “dejar ser, dejar pasar”, que sobreviva el más fuerte, es decir, el más rico, y que la pandemia cargue con los pobres, satanizados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, lo anterior ante el advenimiento de una próxima crisis alimentaria, de proporciones incalculables.

In God We Trust

Otro de los comportamientos más evidentes en el nuevo lenguaje global impuesto por la pandemia, es el acaparamiento de las vacunas existentes, lo que ha obligado a los organismos de cooperación multilateral, a hacer un llamado a la prudencia. Pero dicha alerta no detuvo al gobierno de los Estados Unidos, que se definió por una compra masiva de vacunas, pretendiendo liderar una campaña mundial de vacunación.

Nuevamente el individualismo, una constante en la cultura anglosajona, se ha hecho patente en cuanto al tema de la pandemia se refiere, desatando junto a otras potencias como China y Rusia, una auténtica guerra por las vacunas. Cuando está visto que las naciones poderosas, no cederán un ápice en su intención de influir en el acontecer internacional a cualquier precio, queda claro que los Estados Unidos, a comparación de la mayor parte de los países de América Latina, no sacrificará sus libertades bajo ninguna circunstancia.

Lo anterior en referencia al uso del cubrebocas, convertido casi en un objeto de culto por quienes no lejos de la desinformación, le asignan a dicho utensilio potencialidades casi mágicas. Es evidente que, en la nación vecina, el uso del cubrebocas no es generalizadamente obligatorio, no así en México, donde incluso los gobiernos afines a la derecha, respaldados por una cohorte de feligreses del confinamiento forzado, han generado toda una narrativa acerca de las medidas de aislamiento, triunfando la creencia o la suposición, por encima del razonamiento lógico.

Durmiendo con el enemigo

Para rematar, las grandes productoras de las vacunas son empresas como GSK, Pfizer, Johnson & Johnson, Abbott o Eli Lilly, emporios que acumulan más de un centenar de multas por parte del Departamento de Justicia de los Estados Unidos, ya sea por soborno, fraude, y otros comportamientos abiertamente inescrupulosos.

Dichos consorcios que han demostrado todo, menos un real interés por la salud pública, son los encargados de vacunar a la población, y lo que es peor, con prácticas no transparentes, y con vacunas cuya eficacia no ha terminado de probarse. En un escenario internacional dominado por la zozobra y el terror generalizado, Dinamarca se convierte en el primer país del mundo en censurar abiertamente la vacuna de AstraZeneca, lo anterior por la posible vinculación de dicha vacuna con la aparición de trombos.

Queda claro que la farmacéutica, una industria saturada de corrupción, cobra millones por la venta de algo muy cercano a un placebo, un placebo que, además, contribuye lamentablemente a la ruptura del margen ético, y el evidente retroceso de los derechos humanos, todo con el pretexto de la salud mundial.