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Ricardo Martínez
Justo cuando finaliza enero, una movida estratégica en el tablero tecnológico por parte de China levantó más de una ceja entre la oligarquía tecnopolítica de Estados Unidos.
El poder está cambiando. Vivimos en un mundo donde las expectativas crecen y las tecnologías amplifican tanto las esperanzas como los conflictos. En este contexto, los líderes enfrentan nuevos desafíos, y México no es la excepción.
En Davos-Klosters, del 20 al 24 de enero, se lleva a cabo la Reunión Anual 2025 del Foro Económico Mundial, cuya temática en esta ocasión girará en torno al lema “Colaboración para la era inteligente”. A la par, y con miras a generar una agenda de discusión, se ha publicado también la 20.ª edición del Informe de Riesgos Globales (Global Risks Report) del mismo Foro.
En un pequeño taller comunitario en Puerto Chiapas, un grupo de agricultores se reúne para aprender a transformar los residuos de plátano en biocombustibles. La idea parece sencilla: aprovechar lo que antes se desechaba para generar energía limpia y sostenible. Sin embargo, lo que ocurre allí es más profundo: se está construyendo un nuevo modelo económico que conecta lo local con lo global, lo ancestral con lo tecnológico. Este modelo se llama bioeconomía.
La soberanía nacional, un principio que da forma a las fronteras y respalda la autonomía de los Estados, enfrenta tensiones crecientes en el marco de las negociaciones del T-MEC. Este tratado, que vincula a México con Estados Unidos y Canadá, plantea nuevas preguntas sobre cómo equilibrar los compromisos comerciales con la autonomía política y económica.
De manera reciente, Rosendo Gutiérrez, subsecretario de Economía, enfatizó la necesidad de abordar los temas de seguridad y migración antes de la revisión del tratado en 2026, lo que abre un debate sobre cuánto puede ceder un país sin comprometer su esencia.
El concepto de soberanía ha evolucionado desde los monarcas absolutos hasta las repúblicas democráticas, donde los derechos universales se ejercen dentro de marcos nacionales. Sin embargo, esta idea también ha sido desafiada por crisis históricas. En el caso de México, las invasiones de Estados Unidos en 1846 y de Francia en 1862 representaron momentos críticos en los que el país perdió territorio y enfrentó la imposición de regímenes externos.
Estos eventos no solo redefinieron las fronteras, sino que también consolidaron una identidad nacional construida en torno a la resistencia y la autodeterminación.
Hoy, el gobierno de Claudia Sheinbaum enfrenta un escenario similar. Las concesiones incluidas en el T-MEC en materia de seguridad y migración buscan garantizar la estabilidad económica, pero también generan preocupaciones sobre la posible erosión de la soberanía nacional.
Esta situación recuerda cómo, en el pasado, las tensiones entre el patriotismo y los intereses globales dificultaron la toma de decisiones equilibradas. Al igual que en momentos de invasiones, el reto es defender los intereses nacionales sin cerrar las puertas a la cooperación internacional.
En lugar de modelos europeos que han mostrado limitaciones, México podría reflexionar sobre sus propias experiencias históricas y los aprendizajes que estas dejaron, como la importancia de evitar asimetrías en las relaciones internacionales y promover mecanismos de cooperación que beneficien a todas las partes. Por ejemplo, podría rescatar la lección de cómo el fortalecimiento de instituciones locales y la defensa de los recursos propios pueden convertirse en pilares de una soberanía efectiva en acuerdos multilaterales. Si bien los tratados panamericanos del siglo XX buscaban fomentar la cooperación entre países de América Latina y Estados Unidos, su ejecución también mostró cómo las asimetrías de poder económico y político podían derivar en una explotación desequilibrada. Por ejemplo, las políticas de "Buen Vecino" impulsadas por Estados Unidos trajeron beneficios limitados para las economías locales, mientras consolidaban su influencia en la región. Estas lecciones subrayan la necesidad de que México construya acuerdos que prioricen el desarrollo interno con un enfoque de justicia y equidad regional.
El reto de equilibrar soberanía y colaboración internacional es como mantener tensa una cuerda que conecta pasado y futuro. Los tomadores de decisiones deben priorizar mecanismos de transparencia y consulta ciudadana para garantizar que los intereses nacionales sean representados adecuadamente en el T-MEC. Para los ciudadanos, el desafío radica en exigir claridad y rendición de cuentas, recordando que la soberanía no es solo una cuestión institucional, sino una expresión del poder colectivo.
Este es el momento de redefinir la soberanía en un mundo interdependiente, fortaleciendo la capacidad de México para liderar desde la cooperación sin perder su identidad.
@ricardommz07
El Paquete Económico 2025 parece un acto de equilibrio. Por un lado, se perfila como la solución a los excesos del año electoral, donde el gasto público se expandió como un río desbordado. Por el otro, dibuja un horizonte incierto, donde el bienestar social y la inversión estratégica se convierten en monedas de cambio para la tan ansiada disciplina fiscal.
¿Qué define la competitividad de una ciudad? La respuesta está en los números, pero también en las estrategias que los gobiernos, empresas y ciudadanos adoptan para transformar esos datos en progreso tangible.
El Índice de Competitividad Urbana (ICU) 2024, elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), ofrece una radiografía precisa sobre el desempeño de 66 ciudades mexicanas, revelando los retos y oportunidades de la región Puebla-Tlaxcala (38 municipios y poco más de 3 millones 200 mil habitantes).
Este índice clasifica a Puebla-Tlaxcala en un nivel "media alta" de competitividad. Sin embargo, detrás de esta categoría se esconden desafíos estructurales que, si no se abordan, podrían comprometer el potencial de desarrollo de una región con una ubicación estratégica y una base industrial sólida.
El ICU 2024 utiliza seis subíndices clave para evaluar la competitividad: derecho, sociedad y medio ambiente, mercado laboral, sistema político y gobierno, infraestructura, e innovación y economía. En cada uno de ellos, Puebla-Tlaxcala presenta fortalezas y debilidades que contrastan con otras regiones del país.
En el subíndice de infraestructura, por ejemplo, destaca por su conectividad logística gracias a una red de carreteras bien estructurada. Sin embargo, la cobertura de agua potable sigue siendo un problema importante: mientras ciudades como Querétaro o Mérida cuentan con tasas superiores al 98%, Puebla-Tlaxcala apenas alcanza el 95.3%, lo que significa que más de 80 mil viviendas carecen de acceso a este servicio básico.
El mercado laboral es otro punto crítico. Aunque la región muestra un índice de ocupación del 98%, la informalidad afecta al 45% de la población activa, limitando el acceso a derechos laborales y seguridad social. En este aspecto, Puebla-Tlaxcala está rezagada respecto a regiones como Monterrey, donde la informalidad es significativamente menor.
En innovación, Puebla-Tlaxcala enfrenta una brecha importante. Según el ICU, el registro de patentes por cada 100 mil habitantes en la región es menos de la mitad del promedio nacional, reflejando una necesidad urgente de fomentar la investigación y el desarrollo tecnológico. Esto contrasta con ciudades como Guadalajara, que lideran en este indicador gracias a su ecosistema de innovación.
Para mejorar su competitividad, Puebla-Tlaxcala, de acuerdo con el informe del IMCO, sería plausible debe adoptar un enfoque estratégico en tres áreas clave:
- Reducir la Informalidad Laboral. Un mercado laboral competitivo debe garantizar empleos formales y bien remunerados. Esto no solo implica la generación de puestos de trabajo, sino también la capacitación de la fuerza laboral. Programas de incentivos fiscales y apoyos directos a las pequeñas y medianas empresas (PyMEs) podrían ayudar a reducir la informalidad.
- Apostar por la Infraestructura Estratégica. La inversión en servicios básicos es una necesidad urgente. Garantizar el acceso universal al agua potable no solo mejorará los indicadores de competitividad, sino que también impactará directamente en la calidad de vida de la población. Además, fortalecer el transporte público con tecnologías limpias y mejorar la movilidad entre municipios debe ser una prioridad.
- Fomentar la Innovación y la Vinculación Académica. Las universidades locales deben jugar un papel central en el desarrollo de un ecosistema de innovación. Crear incentivos para la instalación de centros de investigación vinculados al sector productivo podría cerrar la brecha tecnológica y mejorar el registro de patentes.
A la par de las propuestas planteadas en el informe se presentan también áreas de mejora que coinciden con las propuestas del gobernador electo Alejandro Armenta Mier, presentadas en su libro Por Amor a Puebla. Destacan iniciativas como el fomento a la economía circular, que alinean los intereses locales con las tendencias globales de sostenibilidad, y la promoción del turismo regional como un motor de desarrollo económico.
Aunque no protagonizan este análisis, estas propuestas aportan una dimensión práctica al diagnóstico, mostrando cómo un gobierno puede actuar como catalizador del cambio.
La región de Puebla-Tlaxcala tiene todo para destacar: ubicación estratégica, una base industrial sólida y una población joven que puede ser la fuerza transformadora del desarrollo. Sin embargo, los retos son claros, y el tiempo apremia.
Los datos del ICU no son solo un diagnóstico, son una invitación a actuar. Desde los gobiernos locales hasta los líderes empresariales, pasando por los ciudadanos, todos tienen un rol en la construcción de una región competitiva y sostenible.
Si logramos transformar los números en decisiones y las decisiones en acciones concretas, Puebla-Tlaxcala no solo avanzará en los rankings de competitividad, sino que se convertirá en un ejemplo de desarrollo para todo México.
¿Estamos listos para aceptar el desafío?
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