La izquierda que dirige México ha descubierto un método sencillo para alcanzar la justicia social: La corrupción. Por eso hay que juzgarla de manera distinta. La derecha es la privilegiada de toda la vida; es tiempo de tomar atajos para lograr un nuevo estatus social: Pertenecer a la nueva clase gobernante.
La corrupción es un problema sistémico en México. Durante los gobiernos de la Cuatro Té hemos presenciado muchas señales que nos indican que debemos hacer algo. Algo urgente, contundente, una solución final. Sin embargo, siempre existen otras prioridades legislativas, reglamentarias e institucionales.
Hablar de corrupción es tan común en México que, no importa el día que lea esto, usted conocerá de un caso reciente de corrupción. Con dos formas conocidas: La apropiación del espacio público, infracción de la legalidad y la pérdida del sentido de las infracciones por parte de la sociedad. La tolerancia y la falta de castigo son las verdaderas tragedias.
Durante las últimas semanas hemos visto que se acusa a figuras relevantes de MORENA de hacer viajes, compras y gastos fuera de la realidad. Esto nos lleva a analizarlo como un tema moral y no como lo que es: un tema sistémico.
La corrupción posee dos facetas amenazantes: el incumplimiento de la ley y la decadencia de la democracia. Concluye con las circunstancias que permiten que la vida constitucional beneficie al gobierno democrático, si usted desea al gobierno del pueblo.
La corrupción entendida solamente como el quebranto de la ley se puede reducir a un delito. Un delito que es sancionado o no. En México hemos creado leyes, reglamentos, manuales y secretarías para combatir la corrupción. Parece que no han dado resultado.
Un excesivo control administrativo y burocrático es un lastre que finalmente redunda en más corrupción. El que paga es el pueblo y la iniciativa privada. Hace a la corrupción sofisticada y no la elimina.
Nicolás Maquiavelo hace por encargo de Clemente VII un libro maravilloso, “Historia de Florencia”. En él presenta el “antimodelo”, lo que no debe hacerse. Maquiavelo nos dice con claridad cómo los ciudadanos son capaces de renunciar a la política si con eso reciben beneficios personales.
Para novedades: los clásicos. Maquiavelo explica que la corrupción no es un mal social, ni un mal del poder. Es el “antimodelo”. Los ciudadanos van contra su naturaleza y se dejan mandar, aceptan la corrupción, perdonan las faltas si a cambio reciben para bienes sin trabajar. Los ciudadanos se convierten en súbditos; con eso se termina la institucionalidad y la constitucionalidad.
Con esto se concreta una idea simple pero terrible: la corrupción es más que el quebrantamiento de la ley, es el fin de las instituciones de la democracia. La advertencia de la Fiscalía General de la República respecto a que “quien esté enterado de un delito y no lo denuncie es cómplice” nos lleva a ser cautos para referenciar los casos de supuesta corrupción.
Vivimos una novela postrevolucionaria, donde las personas se meten a “la Bola” no para hacer justicia social, sino para que “la Revolución les haga justicia”. Que acabe en su vida con las desigualdades ancestrales. La corrupción como un acto de justicia social.
Héctor Aguilar Camín es un clarividente en su novela “La conspiración de la fortuna”. Nos relata la historia de Santos Rodríguez, un político que intenta llegar dos veces a la presidencia. Primero quiere modernizar el sistema en los setentas y fracasa. En un segundo intento, hace que su hijo estudie economía en el extranjero, para ser indispensable al presidente en turno. Ahí aplican técnicas de espionaje, mapeo financiero y de debilidades de los grupos del poder. El grupo de Santos Rodríguez va ganando la batalla y la pierde con el narcotráfico, frente a la DEA.
La moraleja: si buscas el poder y el dinero en la política vas a fracasar.
Joyas, relojes, coches, viajes, restaurantes, hoteles de lujo, fiestas, educación y salud privada. Son muestras del ascensor social. ¿Quién puede estar en contra de esto? De hecho, invitan a aspirar a lo mismo. Ese es el verdadero daño: “El fin justifica los medios”, Así le dijo Nicolás Maquiavelo a Cosimo Medici, quien se hizo del poder con clientelismo y reparto de favores.