• 09 de Mayo del 2024

Beethoven, un joven de 250 años

Ludwig van Beethoven / Facebook/Ρούλα Τορτορέλη‎Ludwig van Beethoven

 

Su abuelo había sido un niño prodigioso que a los seis años ya había mostrado sus aptitudes musicales

 

 

“La música de Beethoven es tan hermosa y pura que puedo ver que es el reflejo de la belleza interior del universo”.

Albert Einstein.

 

Luis Martín Quiñones

Los genios aparecen de vez en cuando para embellecer el mundo, dejar huella en el pensamiento y evocarlos para la eternidad.

A doscientos cincuenta años de su nacimiento, Ludwig van Beethoven sigue brillando y su música viaja en el tiempo, dejando el sepulcro del silencio y se desliza en suaves acordes, corcheas danzarinas y canciones que se arrinconan en el corazón humano.

De ese árbol frondoso de su imaginación, Beethoven nos ha legado más de 400 composiciones que incluyen, nueve sinfonías, conciertos, obras para solistas, música de cámara, sonatas, y sus hermosos cuartetos para cuerdas.

Su quinta y novena sinfonía (Himno a la Alegría) son de las más populares.  Así como su bagatela en La menor (Para Elisa) y su sonata en Do menor (Claro de luna). No obstante que sólo compuso una ópera, Fidelio, es una de las más escuchadas en el mundo del bel canto.

Los genios también le dan su luz a las ciudades. La afortunada ciudad de Bonn, en un día frío, bajo un húmedo cielo de invierno, y un manto de nubes grises, recibiría al futuro músico que la colmaría de partituras inimaginadas. Un 16 de diciembre de 1770, nació el segundo de siete hijos de la familia Beethoven que llenaría las mejores páginas de la historia artística de su ciudad natal.

Descendiente de abuelo y padre artistas, un ambiente musical rodeó a Ludwig. Su abuelo había sido un niño prodigioso que a los seis años ya había mostrado sus aptitudes musicales en el coro de la catedral de San Rumoldo, en Malinas, Bélgica. Y su padre, el tenor Johan van Beethoven, impartió clases de canto y violín, además de encargarse de guiar a su hijo por los senderos de la música, aunque no con muy buenos métodos. Golpes y largas jornadas de trabajo forzado irían esculpiendo al genio. Con una madre a la que las enfermedades la asediaban con frecuencia y que lo abandonaría con su muerte a temprana edad, el joven Beethoven tuvo que vivir bajo la tormentosa disciplina de un padre afecto a la bebida. Para fortuna de él, su padre se dio cuenta de sus limitaciones y contrató dos tutores que terminaron por educarlo.

Bajo aquella infancia turbulenta formó un carácter introvertido, solitario y adusto. Para después desbordarse en el enérgico, elocuente e indómito que acompañó al genio durante toda su vida. Su virtuosidad se hizo patente en su primera partitura a la temprana edad de los once años. Años más tarde, en Viena, desarrollaría todo su talento. Primero, reconocido como el mejor pianista de su época, detalle muchas veces soslayado, y después, como el último gran músico del periodo clásico continuador de Mozart y Haydn. También encontró otro camino por los cauces del Romanticismo, movimiento cultural alemán que incluyó a las artes, en especial la literatura y la música, donde desarrolló todo un mundo cromático acústico que revolucionó el universo melódico.

Fue de los primeros que creó música con libertad, sin que se le fuera impuesta o por encargo. A diferencia de sus antecesores que recurrían al mecenazgo y del gusto y necesidades de la iglesia.

Sin duda también es recordado por su sordera, a la que se asociaba con momentos de ira. La falta de audición lo encarceló en un mundo silencioso acentuando su mal carácter. Pero no fue obstáculo para que en su magnífica caja de resonancia encefálica nos sorprendiera con la novena sinfonía.

La desgracia del hombre encuentra sentido. Desde el pozo de la soledad, de la ausencia sonora, fue capaz de desbordar más talento. Cada nota, cada instrumento fue colocado en los compases y la entonación de manera perfecta.

A doscientos cincuenta años de su nacimiento, las partituras siguen llenando los espacios,  pausando el silencio para abrir paso a toda su riqueza musical que se sumerge en  los resquicios intangibles del alma humana.