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José Ojeda Bustamante
La generación Z en México vive con una certeza incómoda: probablemente no vivirá mejor que sus padres.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, goza de un nivel de aprobación ciudadana inusualmente alto tras sus primeros meses en el cargo. Diversas encuestas nacionales la ubican con entre 70% y 80% de apoyo. ¿Estamos ante un apoyo real, o ante una burbuja ficticia de encuestas?
En las últimas décadas México ha logrado un importante avance en el nivel educativo promedio de su población.
¿Es México una cultura fracasada? La pregunta es provocadora, pero los escándalos de corrupción, la violencia del narcotráfico y la crisis moral del partido gobernante obligan a reflexionar.
En el tablero político mexicano una pieza más se ha movido. La presidenta Claudia Sheinbaum ha vuelto a anunciar que su gobierno impulsará una reforma electoral de fondo. En la propuesta destaca la reducción del presupuesto del INE y la eliminación de legisladores plurinominales. Aunque el texto final aún no está sobre la mesa, el mensaje es el siguiente: se pretende "adelgazar" la democracia.
Hace poco, en una sesión con funcionarias y funcionarios públicos, alguien lanzó una pregunta incómoda: “¿Y si la ciudadanía ya no quiere participar porque sabe que no sirve de nada?” La sala se quedó en silencio. No por desacuerdo, sino por la claridad del planteamiento.
En un mundo donde las crisis se han vuelto regla y no excepción, la educación enfrenta una disyuntiva brutal: o se adapta a los desafíos de una época impredecible, o se convierte en una fábrica de zombis funcionales, entrenados para sobrevivir pero incapaces de pensar. El reciente informe Trends Shaping Education 2025 de la OCDE es un llamado de alerta —pero también una hoja de ruta— para quienes creemos que aún es posible hacer de la escuela un espacio de conciencia, comunidad y transformación.
Hace unos días #Banamex presentó La evolución cultural en México. Cuatro décadas de cambios de valores 1982-2023, séptima entrega de la serie iniciada por Enrique Alduncin y continuada por Alejandro Moreno. El volumen consolida nueve encuestas nacionales comparables —las siete rondas mexicanas de la World Values Survey más los levantamientos gemelos de 2003 y 2023—, cada uno con entre 1 500 y 2 500 entrevistas cara a cara, rigurosamente representativas de la población adulta.
Nadie dispone de un termómetro más largo ni más fino sobre lo que los mexicanos creemos, tememos y deseamos. Las cifras que siguen salen de ahí; conviene mirarlas porque adelantan la agenda de tensiones que empresas, gobiernos y organizaciones civiles tendrán que gestionar en lo que resta de década.
En 1982 apenas 10 % de los mexicanos caía en el cuadrante “posmaterialista”; hoy son 22%. Al revés, los materialistas pasaron de 28 % a 17 %. La prioridad clásica —orden e inflación— pierde terreno frente a la tríada participación, libertad de expresión y bienestar subjetivo. El desplazamiento no es homogéneo: la Generación Z ya se instala casi por completo en la autoexpresión, mientras los nacidos antes de 1946 siguen anclados en el polo de la supervivencia. Esa distancia generacional fue la mayor en 2012 y se mantiene amplia en 2023; la política ya no se organiza a la antigua izquierda-derecha, sino en cuánta autonomía personal se acepta frente a cuánta disciplina colectiva se reclama.
En 2003 solo 6 % de la población usaba internet todos los días; en 2023 lo hace el 70 %. El salto es todavía más abrupto por edad: 91 % de la Gen Z navega a diario, contra 47 % de los boomers. Cada punto adicional de conectividad añade tolerancia, diversidad y sentido de agencia, de modo que la infraestructura de fibra óptica es también infraestructura cultural. Poner un cable en la sierra no solo sube el ancho de banda; desplaza creencias.
Aborto. El porcentaje que lo rechaza tajantemente cayó de 64 % en 1982 a 47 % en 2023. Pero el promedio es engañoso: 54 % de los boomers se mantiene en la prohibición total, frente a solo 31 % de la Gen Z; la brecha se duplicó en veinte años.
Diversidad sexual. Quienes “nunca justifican” la homosexualidad bajaron de 72 % a 34 % desde 1982; la tolerancia avanza al ritmo de los megabytes.
Religión. La asistencia semanal a templos pasó de 59 % a 36 %. La devoción guadalupana también cede: “mucha importancia” a la Virgen cayó de 73 % en 2003 a 51 % en 2023 —y solo 38 % entre centennials. México no abandona la fe, pero la renegocia en clave individual.
Mientras retrocede el ritual religioso, el orgullo nacional sube de 66 % a 84 % en el mismo periodo. El patriotismo clásico —“dispuesto a pelear por el país”— sí baja de 89 % a 68 %. Traducido: la bandera sigue en alto, pero como símbolo pop que convive con hashtags feministas y emojis arcoíris.
Contra el pronóstico de “pandemia-retroceso”, la satisfacción con la economía del hogar se sostiene en 80 % (dato no mostrado aquí, pero derivado del mismo estudio). Al no dispararse el pánico económico, los valores de supervivencia no recuperan terreno. Para los decisores, eso implica que el discurso de “primero lo básico” seduce cada vez menos a una ciudadanía que ya probó la autoexpresión.
Tres lecciones estratégicas
- Legislar con GPS generacional. Los mayores aún son mayoría electoral, pero cada año pierden peso. Derecho a decidir, regulación de plataformas o cannabis tendrán apoyos y vetos que cruzan edades, no partidos; mapear esas cohortes evita sorpresas en el Congreso.
- Cerrar la brecha digital es cerrar la brecha cultural. El 14 % que nunca se conecta no solo pierde acceso a banca o telemedicina; queda anclado en valores que tensionan convivencia y productividad. Invertir en cobertura es invertir en cohesión.
- Narrativas “bilingües”. Campañas públicas o privadas que mezclen propósito con referencias culturales localísimas funcionan mejor que los discursos monocromos. La Generación Z compra tacos al pastor y paga con QR; quiere las dos cosas, no elegir.
Mirando a 2040, el reto no será “modernizar” a los jóvenes, sino asumir que ellos ya modernizaron la idea misma de modernidad. El dilema real es qué parte de la tradición se resignifica y qué parte del cambio estamos dispuestos a financiar. Quien llegue a la próxima década con un eslogan de los noventa descubrirá que la Generación Z reescribió la canción en un reel de quince segundos y vertical.
Entender que la cultura mexicana, “a ratos es revolución y a ratos retorno”, pero siempre se mueve hacia más libertad —con sabor a tacos al pastor, pagados con cero papel moneda— es el primer paso para diseñar políticas, negocios y proyectos que sigan sonando cuando Spotify cambie otra vez de algoritmo.
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