• 07 de Mayo del 2024

Variaciones sobre un tapete (Cuento)

Juan Norberto Lerma

 

“Casi en el mismo instante de cerrar desde dentro la puerta del baño, Márkol experimentó la primera oleada de ansiedad. Por su mente cruzó otra vez la escena que había soñado a intervalos en el espacio de tres días: su cabeza rodaba sobre el tapete con figuras de animales fantásticos que le había comprado un martes de mercado a un vendedor de rostro deforme. Eso era todo, sin embargo, era demasiado, durante el día sus nervios estaban crispados”.

“Aquel martes, apenas el comerciante vio aparecer a Márkol, le dirigió miradas de alivio. Los dos servían al Culto, los dos eran seguidores de la Energía. El individuo aquel le aseguró que, bien usado, el tapete obraba maravillas. Sin embargo, le advirtió que el estado emocional del propietario podía erosionar o exaltar de manera notoria sus relaciones con las Potestades. Márkol se encogió de hombros, intercambiaron un par de palabras más y se despidieron”.

“El tapete era una especie de pasadizo que desembocaba a los pies de la mansión del señor del Culto, su Libro lo decía, si Márkol conseguía descifrar los arabescos y la geometría desplegada en la superficie trivial del artilugio, de tal suerte que se pusiera en el camino hacia la divinidad que reina sobre todas las divinidades, su cuerpo se incendiaría con un fuego sin quemadura, sus ojos verían al fin la esencia de todas las cosas y no volvería a poner un pie sobre la tierra. Sin embargo, no sería fácil, el conocimiento desplegado sobre el tejido era custodiado por aquellos animales y seres fantásticos ahí plasmados, eran antiguos cancerberos destinados a destrozar a los fatuos y no iniciados. Sólo cuando llegó a su casa, Márkol se dio cuenta que el vendedor parecía haberlo estado esperando. Sin embargo, los practicantes del Culto saben que no existen las casualidades y Márkol discurrió calmosamente que la Energía los había alineado”.

“Desde entonces, luego de estudiar concienzudamente durante cinco días continuos los movimientos de las bestias de hilo sintético desde los cuatro puntos cardinales del tapete, a Márkol no le costaba trabajo imaginar, incluso durante el día, su rostro bañado por un chorro de sangre que manaba de una regadera. Dedujo que se trataba de un símbolo que de buenas a primeras no le revelaba su significado, podía ser la fuente del conocimiento que lo llamaba o el aliento que transcurre dentro de todas las unidades creadas, pues la divinidad no se comunica con los elementos que abundan entre los días”.

“Llegó la fecha señalada por la Energía a la que Márkol rendía culto y que aquel vendedor obedecía. Había realizado el ayuno que el Culto ordenaba y casi en el mismo instante de cerrar desde dentro la puerta del baño, Márkol experimentó la primera oleada de ansiedad. Haciendo un esfuerzo, cambió el curso de sus pensamientos y se distrajo acomodando la tira de zacate plástico sobre la jabonera. Se desnudó enseguida y abrió la llave”.

“Sin las ropas limitando sus movimientos, se creyó ligero y diestro para el combate que le esperaba. El rumor del agua escurriendo por su cuerpo amortiguó el primer gruñido que rasguñaba la puerta desde fuera. Una punzada fría le heló el costado cuando por fin pudo escucharlo, no obstante, Márkol tuvo la entereza de alcanzar un jabón que olía a un jardín remoto y comenzó a frotarse el pelo”.

“Tuvo que detenerse cuando escuchó con claridad el rugido de las hordas de Zafiro que intentaban derribar la puerta. Se replegó contra el muro e intentó templar su ánimo, los arañazos eran continuos y de pronto, horrorizado, Márkol vio que una garra atravesaba limpiamente el metal de la puerta”.

“Estaba en lo cierto, eran los muds de Zafiro. La espuma del jabón sobre su cara le desfiguraba el rostro y en algún resquicio de su ser algo le decía que no estaba preparado para enfrentarlos. Su salvación flaqueaba. Alcanzó a tientas la manija de la otra llave y dejó fluir sobre sus hombros temblorosos el agua fría. Detrás de esa especie de cortina, sintió alivio por estar aún vivo, pero los primeros muds ya escalaban el lavabo. Eran del tamaño de un puño mediano y poseían un salvajismo a toda prueba”.

“Cuando Márkol estuvo a su alcance, los muds lo acuchillaron con ferocidad extrema. Más tarde, su cabeza rodó sobre el tapete y sus ojos permanecieron abiertos mucho tiempo bajo el chorro de agua fría”.

Esta es la historia que Gerardo Bocanegra escribió momentos antes de que su cuerpo fuera hallado, precisamente bajo el chorro de la regadera. Alertados por el agua que corría por los pasillos, los vecinos echaron la puerta abajo y lo encontraron hundido en sí mismo y con la cabeza sobre las rodillas. Horrorizados, llamaron a la policía.

Cuando por fin pudo ser localizado, el vendedor de tapetes permaneció en silencio la mayor parte del tiempo, pero no pudo ocultar la satisfacción de que su presencia fuera determinante para reconstruir los detalles plasmados en el tapete que con el agua se habían deslavado. El rostro del vendedor no estaba deforme, como lo consignaba el relato de Gerardo Bocanegra, los investigadores comprendieron que el autor se había permitido ciertas licencias para interesar a sus posibles lectores. En cambio, el individuo habló sobre el Culto, sobre la Energía, y no tuvo reparo alguno en jurar que los muds de Zafiro volverían.

Explicó a quien quiso escucharlo, como si hubiera sido testigo del hecho, que una docena de muds saltó por el espejo colmado de vaho y que otros cinco o seis, montados a pelo en los animales fantásticos del tapete, prefirieron marcharse por la gruta del desagüe. Retó a quienes lo interrogaban a exponerse al sortilegio del tapete durante un fin de semana, sin embargo, los investigadores estaban hartos de su cháchara ocultista y lo callaron.

Sobre Gerardo Bocanegra, el vendedor se limitó a decir simplemente que era un falso practicante del Culto y que lo había engañado haciéndolo creer que de verdad era un seguidor de la Energía. Añadió con desagrado que Gerardo Bocanegra era un desquiciado que aspiraba a vivir las historias que escribía y enseguida guardó un silencio de piedra. Los investigadores no pudieron arrancarle una palabra más y, sin que nadie pudiera impedirlo, se marchó de ahí más tarde con el tapete, en el que ya sólo se advertían los relieves de dos o tres animales fantásticos y las siluetas de un par de figuras.

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Tomado del libro Frecuencia Alterada.

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