• 28 de Marzo del 2024
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La memoria del olvido

Virtual / geralt/Pixabay

 

La memoria es seriamente irónica. Recordamos sucesos añejos, pero el suceso inmediato lo perdemos en un laberinto misterioso de recuerdos

  

Luis Martín Quiñones

Los olvidos pasan desapercibidos cuando, dentro de su inocencia, tienen cierta comicidad. Cuando alteran el orden y tienen consecuencias serias, el olvido es incriminatorio. La memoria es una extraña cualidad que seguido nos pone en aprietos. Seguido olvidamos las llaves, algún encargo y el nombre de alguien que burlonamente se coloca en la punta de la lengua.

La memoria es seriamente irónica. Recordamos sucesos añejos pero el suceso inmediato lo perdemos en un laberinto misterioso de recuerdos. En los intrincados caminos de nuestra red neuronal el pasado suele ser un espacio que se refugia en cajones viejos, polvorientos y escondidos de nuestra memoria; evocarlos, requiere en ocasiones, escombrar el armario.

Mis olvidos son frecuentes y, por lo mismo, trabajo la memoria a empujones. Casi sin descanso me doy a la tarea de recordar fechas, números telefónicos. Alguna vez tuve la osadía de nombrar los presidentes en orden sucesivo desde Theodore Roosevelt hasta Donald Trump, sin embargo, aunque mi memoria da buenos resultados, no llega a lo sobrehumano de Ireneo Funes, el memorioso, ni a la portentosa mente de Ciro, rey de los persas, ni de Mitrídates Eupator, que cita Borges en su cuento.

Aún con mi memoria a largo plazo, los encargos pasan por un extraño filtro en el que olvido lo que olvido. Ni siquiera soy capaz de recordar lo que olvidé. Es cuando desearía tener la memoria de algunos personajes superdotados para los recuerdos inmediatos, como lo fuera el presidente Álvaro Obregón. Se dice que ostentaba una memoria prodigiosa. Podía aprenderse poemas en una sola leída y los nombres de personas con una facilidad asombrosa. Y su memoria le daba un halo atractivo para los que constataban su capacidad mnemotécnica. En cierta ocasión a punto de ser fusilado, se aprendió en unos cuantos minutos los nombres de las 22 esposas de los soldados que lo custodiaban en el cuartel, de en ese entonces, su enemigo Pancho Villa. Los soldados quedaron tan fascinados que estuvieron a punto de liberarlo. Por fortuna para él, Villa lo perdonó, y fue despedido con especial alboroto por los soldados asombrados de su capacidad mnemotécnica.

Ante los olvidos que se suman a mis distracciones, con frecuencia recurro a la diosa Mnemósine para que acuda en mi ayuda por mis constantes amnesias. Sin embargo, en muy pocas veces, cumple mis deseos. Aunque intento beber de las aguas de su fuente, termino bebiendo las del Leteo, el río del olvido, con funestas consecuencias. 

La anécdota más recordada de mi adolescencia fue cuando mi hermano mayor confió en mí para que fuera con urgencia por un shampoo a la farmacia. Mientras se bañaba, confiaba que iría corriendo por el shampoo.  En un alarde de olvido, preferí aceptar a jugar una buena cascarita de fútbol. Mi mente se concentró en hacer buenos puntapiés, llevarme la pelota y anotar un gol. Entre gritos de euforia por el partido, pases a gol y patadas, escuché una voz a lo lejos: ¡Martín, ya fuiste por el shampoo!

Pero los recuerdos parecen reverberar con un eco caprichoso que prefiere que acceda a anécdotas distantes. Veo una vaca que me amenaza con sus grandes cuernos, mi madre me toma de la mano y me anima a cruzar un arroyo que para mí es un río. Ante la amenaza cornuda, prefiero cruzar el puente. A lo lejos la casa del rancho de mis abuelos se pierde y solo escucho los murmullos de una fiesta. Un avión aterriza y nos lleva de vuelta a casa. Tenía escasos 2 años.

La memoria es caprichosa y se evade, también, en los misterios del pasado. Se esmera en sacar los escombros y resucitar los fantasmas, las reliquias queridas del tiempo.

Quisiera no olvidar los encargos, evitar las tentaciones y el divagar del pensamiento; quisiera como un memorioso, evocar los detalles de cada instante.

Tal vez algún día pueda tener para siempre el favor de Mnemósine, beber sus aguas, y en un gesto de bondad divina, me permita por lo menos, recordar todos mis olvidos.