En el ciclo escolar 2024-2025, la organización registró 6,870 casos de prohibiciones que afectaron a casi 4,000 títulos. Por tercer año consecutivo, Florida fue el estado número uno en censura, con 2,304 casos, seguido de Texas con 1,781 y Tennessee con 1,622.
Los 15 libros más prohibidos incluyen La naranja mecánica de Anthony Burgess, dos títulos de la serie Corte de Rosas y Espinas de Sarah J. Maas, y Diecinueve minutos de Jodi Picoult, sobre un tiroteo escolar. En muchos distritos, estos libros fueron etiquetados como “ideología de género”, “propaganda racial” o “material inapropiado para menores”.
Bajo el discurso de “proteger a los niños”, se desmanteló una de las bibliotecas más diversas del sistema educativo estadounidense. La administración de Trump eliminó la supervisión federal sobre estos vetos, otorgando vía libre a las restricciones locales.
De los despachos de Washington a las aulas
En enero de 2025, el U.S. Department of Education anunció el fin del llamado “book ban hoax” y la eliminación de la Oficina de Derechos Civiles como instancia para investigar denuncias de censura escolar. También desapareció el cargo de book ban coordinator, creado durante el gobierno de Biden.
Según el entonces secretario de Educación, la prioridad era “devolver el control a los padres y distritos”, lo que en la práctica dejó sin protección federal a estudiantes y maestros.
Simultáneamente, el Pentágono ordenó revisar materiales educativos en las escuelas del Department of Defense Education Activity (DoDEA). Cientos de títulos fueron retirados, incluyendo obras sobre derechos civiles, equidad racial y estudios de género. En la Academia Naval de Annapolis, desaparecieron casi 400 libros, entre ellos textos de Gabriel García Márquez, Isabel Allende y Julia Álvarez, por contener “enfoques ideológicos inapropiados”.
La cultura como campo de batalla
El puritanismo editorial no es nuevo en EE. UU., pero su alcance actual responde a una agenda política más amplia. En Florida y Texas, leyes como la HB 1069 (2023) permiten que cualquier padre de familia solicite retirar un libro por “contenido sexual o moralmente inadecuado”.
El resultado: bibliotecarios amenazados, maestros autocensurados y estudiantes que ven desaparecer de las aulas obras fundamentales de la literatura moderna.
Entre los títulos más vetados se encuentran The Bluest Eye de Toni Morrison, Maus de Art Spiegelman y Gender Queer de Maia Kobabe, además de autores latinoamericanos como Sandra Cisneros, Junot Díaz y Esmeralda Santiago, cuyos textos sobre migración y desigualdad fueron catalogados como “políticamente divisivos”.
El informe de Euronews Culture advierte que, en varios distritos, “los libros que retratan personajes latinos o afroamericanos están siendo desplazados bajo el argumento de mantener la neutralidad ideológica”.
La paradoja de la libertad
Resulta irónico que el país que se proclama defensor de la libertad de expresión encabece las estadísticas de censura literaria en el mundo occidental.
El acto de prohibir libros no solo borra voces, sino también contextos, memorias y matices. En un aula donde ya no se lee a García Márquez o Morrison, se forma una ciudadanía menos crítica y menos empática.
Mientras la administración de Trump celebra el “fin del engaño de los book bans”, las organizaciones de derechos civiles alertan sobre una generación que crece entre silencios impuestos. Los libros desaparecen por decisión política, y cada estante vacío plantea una pregunta:
¿Qué teme un gobierno de lo que pueden aprender sus jóvenes?
¿Y en la Alemania nazi?
En 1933, tras el ascenso de Adolf Hitler, estudiantes afiliados al régimen llevaron a cabo quemas de libros en toda Alemania, destruyendo obras consideradas “no alemanas”: textos de autores judíos, pacifistas y pensadores de izquierda.
Aunque los contextos son distintos, la esencia de la censura persiste: el control del conocimiento y la supresión de voces disidentes. Hoy, en Estados Unidos, se eliminan libros sobre raza, género y sexualidad, especialmente los que representan a comunidades marginadas.
Las historias nos dicen quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser. Negar a los jóvenes el derecho a leer es robarles la posibilidad de imaginar, de pensarse libres y reflejados.
Mientras los estantes se vacían, el eco de las hogueras de 1933 resuena, disfrazado de moral y orden.
Porque todo imperio que teme a sus libros teme también a su espejo.
Y cuando un gobierno decide qué puede o no ser leído, realmente intenta decidir qué puede o no ser soñado.
X: @delyramrez
















