Le exigieron que se retirara mientras grababa, intentaron arrebatarle el celular y luego la expulsaron del contingente entre empujones y gritos acusatorios.
Ese ataque no es anecdótico.
Es la expresión cruda de una violencia que la Derecha ya no oculta.
Los ultra no solo quieren provocar caos, sino silenciar a quienes documentan sus acciones.
En Puebla, los manifestantes —muchos mayores de 50 años— mostraron una agresividad preocupante hacia la prensa cuando ésta comenzó a testificar la marcha.
En ese mismo contexto, el gobernador Alejandro Armenta denunció otra estrategia operativa.
Señaló como operadores del PAN intentaron infiltrar la manifestación para desatar violencia deliberada y construir una narrativa de represión.
Estructuras panistas querían provocar enfrentamientos y luego responsabilizar al gobierno estatal por supuesta brutalidad.
Esa revelación no es menor.
Muestra que hay un plan consciente para usar la calle como escenario político.
La diferencia es que en Puebla ese plan fracasó.
La Policía Estatal mantuvo contención y no cedió al libreto de choque que pretendían imponer.
Pero aunque falló el intento de provocar un estallido, la revelación de la estrategia es un recordatorio peligroso: la derecha no solo quiere capitalizar la protesta, quiere fabricarla.
A nivel nacional, este problema se intensifica.
Hay columnas y analistas que advierten de un guion fascistoide.
La Derecha que apuesta por la violencia para reconstruir su discurso político a través del miedo.
Y cuando esa provocación se cruza con la debilidad institucional, se genera un caldo de cultivo peligrosísimo.
Pero también el otro lado de la moneda también muestra problemas profundos.
La actuación policial en distintas ciudades como en la CDMX, revela que tener protocolos no garantiza un comportamiento responsable.
Si las fuerzas de seguridad no respetan las reglas ni protegen la prensa, la protesta se vuelve terreno de juego para quienes quieren silenciar voces incómodas.
La responsabilidad del Estado es doble, debe frenar las infiltraciones de la derecha —como las que Armenta denunció—, pero también garantizar que sus propios cuerpos policiales no reproduzcan abusos que alimentan la narrativa oposicionista.
Hoy, más que nunca, el Estado está en combate y no solo político.
La Derecha busca muertos y caos.
El gobierno debe demostrar que puede contener sin aplicar violencia; que puede resistir sin rendirse al guion que otros escribieron para silenciarlo.
Y Puebla fue el ejemplo.
Pero esto apenas empieza.
Tiempo al tiempo.
















