• 23 de Abril del 2024

La ventana azul (Cuento)

Photoshop / FotoArt-Treu/Pixabay

 

En mi día de descanso me apliqué a dibujar una ventana abierta, de tamaño natural, en la pared norte de mi cuarto

 

 

José Luis Peregrina Solís

 

Este horror comenzó cuando mi amigo Satyakama -sabiendo de mi afición por el dibujo y la pintura-, me envió desde el Norte de la India un juego de crayones. En la postal que adjuntó, me dijo que los había comprado en un bazar estacional, al que acudían santones, gurús de toda la región a bendecir a los marchantes y a pronunciar sus mantras sobre los productos a la venta. Se ganaban así unas rupias.

A lo ancho de la caja que los contenía había una abertura cilíndrica, pero protegida por un celofán, para que uno pudiera ver, sin abrir el paquete, los brillantes colores. Las instrucciones venían dadas en hindi, por lo que si había alguna advertencia sobre su uso, naturalmente yo no pude enterarme.

Para que quede más claro lo que voy a contar, debo explicar que mi casa tiene tres recámaras alineadas, una detrás de otra, por lo que los cuartos de en medio y del fondo sólo tienen una asfixiante ventana que da a un patio bardeado. La mía es la del fondo, por hábito, pues es la que usaba desde antes que mis padres murieran, desde antes de quedarme sólo con mis libros y mi música.

Debo decir que no sé cómo se me ocurrió pero así fue. En mi día de descanso me apliqué a dibujar una ventana abierta, de tamaño natural, en la pared norte de mi cuarto. Escogí para ella un hermoso color azul. De hecho, el único azul que venía en los crayones. De fondo, tras la ventana, más esbozado que realista, estaba un bosque. La ventana fingía 13 persianas de vidrio, siendo la primera la de abajo y la última la de arriba; desde la séptima hasta la tercera se dejaba caer una encantadora ramita que, según el dibujo, invadía una parte de la pared, rebasando el marco del propio trazo de la ventana.

Después de bañarme y cenar, me acosté a leer y daba esporádicas miradas a mi ventana azul, solazándome a su vista. Ya en duermevela, con el agobiante calor de las noches de agosto, yo habría jurado que sentía una fresca corriente de aire procedente de la ventana azul. Deseché la sensación como parte de un sueño absurdo. Sin embargo, el fenómeno se repitió dos o tres noches esa semana. Qué cosa más rara.

Días después, al despertar, me llevé una mayúscula sorpresa: sobre la ramita azul, una araña -¡una araña de verdad!- tejía su tela. Yo no lo podía creer. Era de un negro absoluto, a excepción de tres franjas de un vivísimo color azul rey que adornaban cada uno de sus costados, dándole un aire muy tribal. Sin duda era muy hermosa. No había yo visto nunca una igual.

-¡Qué tonta! –pensé. - ¡Pero qué tonta!

¿Cómo se le ocurría a la araña confundir una rama dibujada con una rama verdadera? Decidí dejarla hasta la noche que regresara del trabajo pues el tiempo me apremiaba. Cuando regresé la araña no estaba, pero en su lugar, del tamaño de una moneda de cinco pesos, se veía el saco de huevos que había depositado sobre una de las hojitas azules de la rama. Se me ocurrió la descabellada idea de que la arañita había venido y había regresado al otro lado de la ventana. Deseché la idea en segundos, naturalmente.

Me armé con un trapo de cocina húmedo, y retiré los huevos y la telaraña, que arrojé al cesto de basura y lo fui a dejar a la esquina, donde lo recogería el camión recolector. De vuelta a casa insistí en borrar, pero el crayón no se borraba con la limpieza. Era imposible con una simple tela de cocina y agua jabonosa retirar el dibujo.

Sin embargo, me pareció notar algo. ¿La ramita llegaba hasta la persiana número 3 o la 2? Debería ser la 2, naturalmente, pues casi la tocaba con una de sus hojas. También me pareció verla más frondosa. Por supuesto, me dije, desde un principio debí haberla dibujado así, pues de lo contrario, eso indicaría que la ramita azul había crecido el espacio entre una persiana y otra. Y, naturalmente, eso no podía ser. ¿O estaba yo volviéndome loco? La ventana azul me tenía bastante inquieto. No dormía yo bien desde que la había dibujado. Y ahora, esa tonta araña… Definitivamente, al día siguiente borraría la ventana con un potente quitamanchas.

Esa noche no quedaba de otra que intentar dormir. Pero tuve un sueño, más bien una pesadilla, bastante inquietante. En ella, me pareció escuchar a través de la ventana azul una pavorosa tormenta… ¡y yo estaba detrás de la ventana, a la intemperie! Enfrente de mí, en el mismo tono azul de la ventana, se carcajeaba el rey de diamantes de la baraja. En eso descubrí que yo no era yo, sino el rey de Oros, y también comencé a reírme. Entonces desperté. El piso de mi habitación estaba cubierto por una delgada capa de agua. ¡Pero no había llovido afuera! Con asombro noté que del borde inferior de la ventana azul ¡y de la ramita!, aún escurría agua...

-Así que con que esas tenemos-, pensé yo, furioso ya por todo lo que había pasado. -Así que vientos nocturnos, ¿no?; arañas que depositan sus huevos en ramas dibujadas, ¡que además crecen!; filtraciones nocturnas sin lluvia de por medio y dibujos a crayón que no pueden borrarse, ¿eh?

-¡Pues bien!, ¡Se acabó!-.

En un momento de inspiración recordé que yo era el rey de oros de la baraja. Busqué la caja con los crayones restantes y, por asociación de ideas, escogí los más cálidos de los colores: amarillos, naranjas, rojos. ¡¿Y qué creen que hice?! Pues dibujar, más bien esbozar rápidamente, en el ángulo superior izquierdo de la ventana, un enorme dragón rojo que lanzaba por su boca llamaradas naranjas y amarillas sobre la ventana azul.

-¡Espero que con esto sea suficiente!-, apostrofé a la ventana.

El instinto, el inconsciente, no lo sé, me llevaron a buscar una pequeña maleta donde guardé mis documentos importantes y algo de ropa. Me dirigí después a un hotel cercano, donde ya más tranquilo, puede asearme, desayunar algo e inventar una excusa del porqué llegué tarde al trabajo. Baste decir que por la tarde vecinos me localizaron por teléfono para darme la infausta noticia: mi casa ardía en llamas.

Nada pude salvar, salvo lo que llevaba en la maleta. Supongo, sólo supongo, que los crayones restantes se consumieron en el incendio.

Sin embargo, no es la pérdida de la casa lo que me inquieta. En mis noches de insomnio imagino el huevo de la araña eclosionando en el basurero municipal, a cielo abierto. Veo decenas de diminutas arañitas negras, con sus azules franjas tribales, dispersándose por los matorrales cercanos, por el bosque circundante. Las miro alimentarse, crecer, aparearse, multiplicarse. ¿Qué clase de venenos, de alucinaciones, de muertes espantosas producen sus picaduras? No sé qué dimensión he abierto; ignoro qué nuevo horror he introducido al mundo. La incertidumbre no me deja dormir…