El chico de Queens educado para ganar o arrebatar, es ahora el presidente de los Estados Unidos, el más odiado, paradójicamente venerado por aquellos quienes lo perciben como el salvador de América.
Sus eventos se asemejan a un fervoroso rally nazi, cargado de banderas y frases mesiánicas. En vivo presume lo mejor de su país, su amor por las hamburguesas y la Coca Cola, los dólares que enviará a Javier Milei en Argentina, como si la democracia fuera los estudios Universal, con el salvaje oeste de utilería.
Mientras Trump ratifica su pacto con el sionismo y el poderoso grupo de Miami, Estados Unidos enfrenta una terrible crisis por adicciones. La violencia del vecino país no es solo culpa de los narcotraficantes de México; el viejo cuento del bueno de este lado y el malo tras el muro ya no funciona. Ese mito es abrazado por aquellos que sueñan con la América del Ku Klux Klan, o el espíritu de John Wayne salvando a Nueva York de una invasión extraterrestre.
Esta no es una fábula de Mickey Mouse: se trata más bien de la caída de un imperio desde su sitio más alto que ya no es el Empire State, sino los jóvenes que hoy caminan como zombis en California, asfixiados desde adentro por las drogas que su propio país ha permitido.
En pleno siglo XXI, con las redes sociales y la IA mostrando la vulnerabilidad del género humano, el papel de EE.UU. frente al narcotráfico ha quedado al desnudo. Tan solo en los años 80’s, el escándalo se levantó sobre la Casa Blanca cuando trascendió que las ganancias de las drogas en México serían utilizadas por Washington para armar a las contrainsurgencias de Nicaragua e Irán. ¿Ha cambiado el escenario? El gobierno de los Estados Unidos, controlador del Sistema Bancario Internacional, ¿no puede cerrar la llave a los narcos?
Y ya desde adentro, el mismo gobierno pacta con los delincuentes extraditados. Los convierte en testigos protegidos, los libera bajo otros nombres, y los narcos dejan de ser el enemigo público número uno para transformarse en una figura fantasmal ya lejos del escrutinio público. Washington sabe cómo, cuándo y dónde maneja las operaciones encubiertas y la información de la inteligencia; sin embargo, todo parece un juego bien armado de dejar ser, dejar pasar, para continuar ejerciendo el monopolio internacional de la violencia, mientras el Complejo Militar Industrial no deja de rearmarse.
Pero Trump no detiene su retórica amenazante. Se reúne con algún viejo enemigo, santifica a un terrorista hoy convertido en aliado por el poder beatificador del Despacho Oval. En un espectáculo grotesco, aglutina a la prensa a su alrededor, se hace de palabras con los reporteros a quienes insulta, demostrando que la inutilidad del diálogo es una constante en los autócratas como él.
Donald Trump, el amo del espectáculo y la revancha pública, también es el maestro de una comedia burda y muy barata: no es diferente al Nerón que, luego de incendiada la gran Roma, decidió recitar versos y entonar canciones épicas. Tampoco al Calígula que decidió nombrar cónsul a su caballo, o al Papa que mandó desenterrar un cadáver para juzgarlo frente a todos en la Edad Media.
Trump representa lo peor del siglo XXI con todo y sus boyantes excesos. Su boca, capaz de proferir los insultos más inesperados, también demuestra el poder grandilocuente de la estupidez humana. Ante sus acometidas verbales, reírse sería la opción más lógica de cualquiera que se considere mentalmente sano, pero ante la amenaza de una nueva guerra prefabricada en el Caribe, lo que debemos es mantener los ojos más que abiertos.
Dicho por los expertos, iniciar una guerra con Venezuela traería costos para Washington. Una guerra de guerrillas de duración indeterminada le granjearía a Trump una alta desaprobación aun con aquellos gobernantes latinoamericanos que no están de acuerdo con Maduro. La intervención en Venezuela tampoco le aseguraría a Trump las enormes reservas petroleras del país sudamericano de inmediato. Los ejercicios militares en el Caribe, de alcances todavía reservados, podrían ser una manera de presionar a Maduro frente a su propia nación para obligarlo a adelantar la salida; pero el gobernante chavista no parece dispuesto a dimitir. Hoy los ojos de la opinión pública navegan sobre Trump por el escándalo de los archivos Epstein, abriendo una fractura en su propia zona de poder.
Más temprano que tarde, el centro mismo de MAGA se ha dado cuenta de que los enemigos fabricados por Trump se han ido desvaneciendo; se esfuman junto a la débil democracia estadounidense.
En un lugar de ficción, un raro personaje ofrece a los pobladores deshacerse de las ratas que ya representan una plaga. Para hacerlo, toca su flauta de manera prodigiosa mientras las ratas lo siguen hasta el río donde se ahogan. Cuando el personaje quiere cobrar la paga por sus servicios, los ciudadanos se lo niegan, y en venganza toca su flauta para llevarse a los niños del pueblo. El cuento del Flautista de Hamelin bien sirve para mostrar la astucia de un mago de la mentira como Donald Trump, alguien que, utilizando la difamación, el engaño y la perfidia, esconde su real concupiscencia.
Donald Trump es el flautista de Queens, formado en el arte de prometer. Sus tácticas son el embuste, la retórica salpicada de adjetivos, pero también la furia como estrategia de división. Trump no saluda, aprieta; no propone, extorsiona; no dialoga, escupe a la cara. A diferencia del flautista del cuento, Trump ni siquiera se llevó las plagas de América: el amor por las sustancias, el tiroteo como una forma de vida, el abuso policial o la nostalgia colonialista.
Tampoco logró hacer grande a América. La volvió aún más beligerante, codiciosa y odiada. Bajo el cielo de Manhattan conviven ahora mismo la fortuna y la degradación.
A Trump le aguarda la caída más precipitosa. Caerá desde lo alto como Nimrod, el bíblico rey que desató la furia divina. Cuando fenezca, el imperio seguirá viviendo, encontrará otro fiel sirviente que cumpla sus siniestros designios. Pero cayó el portentoso Imperio Romano con toda su beldad, cayeron las Torres Gemelas, símbolo de la modernidad. Derrotada será la soberbia humana con sus misiles, sus tanques atroces que ya son aguardados en las profundidades del lago de fuego.
















