Alberto Ibarrola Oyón
El nacionalismo, como ideología, ha evolucionado mucho desde el siglo XIX hasta nuestros días. Se le atribuye una frase a Sabino Arana, fundador del PNV, que venía a decir: “Es preferible que se pierda el euskera a que los vascos nos mezclemos con los maquetos”. En la actualidad, absolutamente nadie piensa así, tampoco los partidarios del partido político por él fundado.
Tampoco estamos a favor de que se usen términos despectivos para referirnos a las personas de origen foráneo. Muy al contrario, se establece por una amplia mayoría el vascuence o euskera como la seña de identidad del llamado pueblo vasco. Por lo tanto, el distintivo principal que identifica a un individuo como vasco es que sea vascoparlante, o en su defecto que sienta un poderoso deseo de serlo, aunque por la dificultad del aprendizaje de este idioma prerrománico y otras circunstancias no lo sea.
De hecho, se puede afirmar rotundamente que el conocido como pueblo vasco no existe desde el punto de vista étnico. En primer lugar, habría que valorar que los apellidos en los reinos de España datan del siglo XII d.C. Es decir, que los conocidos como apellidos vascos representan una foto fija de las familias vascoparlantes de la Edad Media.
Y además habría que descartar un origen mítico de los vascones, que simplemente vendrían a ser una supervivencia de la comunidad ibérica prerrománica, que por diversas causas no sufrió una romanización tan intensa como en las demás regiones de la Península. En segundo lugar, habría que constatar una serie de hechos mucho más actuales, como los procesos migratorios que se han producido desde el siglo XX hasta nuestros días.
Con esto no estoy estableciendo ningún tipo de pensamiento racista. Ongi etorri. Simplemente, constato la realidad de que en el territorio que se conoce como Euskal Herria los individuos que tienen o que tenemos los dos primeros apellidos vascos no constituimos ni tan siquiera una minoría, sino que estamos prácticamente desaparecidos.
En cuanto a la Izquierda Abertzale, hay que expresar con total claridad que, pese a todo, no ha dado muestras de racismo durante estas décadas. Si cualquiera observa la lista de personas detenidas por pertenecer a la organización terrorista ETA, podrá constatar que hay tantos apellidos hispanos como vascos, porque en ningún momento se lo han planteado como una cuestión étnica, sino de ideología marxista y en todo caso de uso del vascuence como lengua nacional, en detrimento del castellano.
Obviamente también se trata de que los abertzales desean detentar el poder para lo cual rechazan la legitimidad española. De hecho, un fenómeno muy común en Euskal Herria ha sido el de que los miembros de la Izquierda Abertzale más concienciados han sido descendientes de los migrantes que llegaron a las zonas industrializadas del País Vasco y Navarra en la segunda mitad del Siglo XX. Lo mismo podría decirse de los migrantes de la globalización. No sería difícil constatar en nuestros días una proliferación del voto abertzale entre los latinos, subsaharianos, magrebíes, etcétera, que ya han obtenido la nacionalidad española.
Cabe concluir en que, desde algunos sectores, se le ha acusado al Estado español de perpetrar un verdadero genocidio contra el pueblo vasco, en el Tardofranquismo se expuso esta hipótesis sin ambages. Empero, hay que expresar con total rotundidad que el verdadero causante de la extinción del pueblo vasco como grupo humano formado por individuos con los dos primeros apellidos vascos ha sido la prolongación del conflicto terrorista con el Estado más allá de la Constitución de 1978, documento jurídico supremo que establece plenas garantías democráticas en este país.
Es decir, que el factor decisivo para que el individuo vasco tradicional esté en la actualidad en vías de extinción en Euskadi y Navarra ha sido la enorme crispación social que ha generado el fenómeno terrorista etarra, que ha marcado negativa y radicalmente la vida de varias generaciones de vascos y de navarros, impidiendo abruptamente que nuestra cotidianeidad permaneciese normalizada.
Con esto no voy a negar la hostilidad que el resto de los españoles ha sentido en muchos momentos hacia nosotros ni tampoco que ese odio o rencor haya estado instalado en el seno de las instituciones públicas, porque sería negar lo evidente.