• 23 de Agosto del 2025
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José Mujica, ejemplo para la izquierda

Foto: Especial

José Mujica, un izquierdista coherente y con convicciones falleció el 13 de mayo a los 89 años y ha dejado un ejemplo al mundo, sobre todo a aquellos que pregonan la igualdad, de vivir conforme se piensa y no lo hacen. Fue guerrillero, pasó 13 años en mazmorras militares, Diputado, Senador, Ministro, Presidente de Uruguay, estrella de la política mundial y el Mandatario más pobre del mundo.

No es extraña esa sensación de vacío para aquellos que lo conocían de verdad. Hoy les falta alguien y lo sienten de verdad.

De acuerdo Gerardo Caetano, historiador uruguayo, autor del libro: José Mujica. Otros Mundos Posibles publicado por Editorial Planeta, habló sobre su condición de gobernante, no le gustaba mandar y menos gestionar; le costaba administrar sus emociones, odiaba el cálculo y su verborrea cotidiana a menudo lo hacía olvidar aquel dicho sabio sobre que un gobernante también gobierna cuando habla.

Sin embargo, era muy pragmático, sabía negociar y tenía marcha atrás, como él mismo lo reiteró tantas veces. Desde una sintonía inigualable con los sectores populares y desde el coraje de sus convicciones, pudo apoyar y encabezar propuestas que inicialmente no solo no compartía, sino que ni siquiera estaban en su libreto.

Un ejemplo fue esa agenda de nuevos derechos como regulación de la marihuana, despenalización del aborto y matrimonio igualitario, cuyo liderazgo intelectual e ideológico se le atribuye con error, desde fuera de fronteras.

Su principal convicción tenía que ver con la sabiduría final del pueblo, la necesidad imperiosa de faenas colectivas, de autorías plurales y procesos largos.

A menudo explicaba la forma y concepción del gobierno: “Gobernar es crear las condiciones del Gobierno”. En ciertos aspectos medulares lo hizo con el diálogo con empresarios y trabajadores; estableció vínculos con sus opositores; logró respaldo popular amplio para medidas como la lucha frontal contra el narcotráfico o la continuidad y aun profundización de políticas sociales inclusivas.

Asimismo, rompió esquemas instalados en la izquierda más dogmática; se volvió símbolo de una visión alternativa sobre el desarrollo y el consumismo a nivel global con su extraña capacidad de comunicación. Odiaba el protocolo y le encantaba dinamitar esas solemnidades tan poco republicanas que rodean a los Presidentes y que más de uno confunde con la fuerza de las instituciones.

Con su forma de vivir en coherencia entre lo que decía y lo que hacía, incluso desde opciones controvertidas, revitalizó la legitimidad de la política, no solo en Uruguay sino también en su inesperado impacto internacional, según reportó el diario español El País en un artículo firmado por el propio Gerardo Caetano.

Probó con creces que es muy sano que un Presidente no se crea un monarca electo y que viva como la mayoría de su pueblo. Hizo propia una visión republicana donde combinó realismo con propuestas simples pero hondas como la condena al consumismo y su defensa de un uso más sensato de la libertad y del tiempo.

Supo tener la suficiente convicción para seguir siendo él mismo en el error o en el acierto, en circunstancias y ámbitos totalmente disímiles, desde las largas charlas en su granja en las afueras de Montevideo o en las plazas, hasta su comparecencia en Naciones Unidas. Sus niveles de popularidad fueron mejores que los de la aprobación de su gestión, más afuera que dentro de fronteras.

Tal vez allí esté la clave de su legado: Un político con luces y sombras que supo priorizar como nadie su sintonía con los sectores populares, viviendo como ellos por libre opción, no por imposición religiosa o ideológica, sin tener que impostar nada.

Pero su protagonismo en la guerrilla, su larga y terrible prisión, la construcción de su liderazgo nacional, todo ello hizo que sus ideas sobre los temas internacionales quedaran un tanto opacadas y postergadas. A partir de su Presidencia, su figura adquirió inesperadamente una fuerza viral en redes, algo que no deja de asombrar en una persona que como él nunca manejó ni siquiera una casilla de email.

Fue hombre muy culto, como puede percibirse en la intensidad de sus lecturas. Sus carceleros lo sabían bien pues entre las torturas que eligieron estuvo la de impedirle leer. Tuvo compromiso con la naturaleza desde su condición de “agricultor”, que siempre ostentó con particular orgullo.

Fue un duro guerrillero que encontró el sentido de luchar contra las visiones dogmáticas y confrontadas a través de vías que había despreciado antes de sus prisiones, que fueron cuatro pero desde las que se fugó dos veces. Contrariando la opinión de muchos compañeros, siempre dijo que había llegado a ser Presidente “no por ser tupamaro sino a pesar de serlo”. Fue así que buscó comprender a los que pensaban más distinto, de quienes sabía aprender; perdió el miedo a decir lo que pensaba, aunque eso lo ubicara como “enemigo del pueblo” o como transgresor de todas las reglas de lo políticamente correcto.

Mujica fue un ejemplo de vida y de resiliencia. Insistía en que no creía en Dios, pero cuando hablaba de la Naturaleza y de los seres que poblaban los campos, no cabía duda que allí anidaba un muy fuerte sentido de trascendencia.

Uruguay perderá mucho con su muerte. Pero él siempre dijo que su principal afán estaba en que los jóvenes no dejaran de luchar por causas solidarias, distintas a las suyas y en especial sin cometer sus errores, pero hermanados por el compromiso con los otros, con la obsesión de que “nadie quede atrás”. Por supuesto que hay un futuro sin Mujica. Es por lo que siempre luchó.


leticia_montagner@hotmail.com