La inteligencia social se define como la capacidad de una sociedad para resolver problemas creando capital social y ampliando las oportunidades de sus ciudadanos. En palabras del filósofo José Antonio Marina, “una sociedad inteligente” logra eso, mientras “una sociedad estúpida hará lo contrario”.
Marina señala cuatro grandes deseos que toda sociedad debería satisfacer: sobrevivir, disfrutar, vincularse socialmente y ampliar las posibilidades de vida. Al contrastarlos con la realidad nacional, el panorama es preocupante. Veamos.
Supervivencia: La seguridad está comprometida. Tras casi dos décadas de “guerra contra el narco”, México alcanzó niveles históricos de violencia: más de 196 mil homicidios en el sexenio de López Obrador; dicho sea de paso, para unos el más violento de la historia y para otros el que buscó enfrentar las causas. La estrategia de “abrazos, no balazos” no frenó a los cárteles; en regiones dominadas por el crimen, sobrevivir se ha vuelto un logro diario.
Disfrute de la vida: ¿Puede una sociedad disfrutar cuando reinan inseguridad e impunidad? La corrupción sistémica contamina la vida cotidiana: 83% de los mexicanos la percibe como un problema frecuente. Vivir con miedo y trámites corruptos erosiona la calidad de vida.
Vínculo social: La confianza, pegamento de la cohesión social, está debilitada. Los escándalos constantes y la impunidad (más del 90% de los delitos no se castigan), envían el mensaje de que la trampa prevalece. Cunde la sospecha y el “sálvese quien pueda”.
Ampliar posibilidades: Una cultura próspera expande oportunidades, pero en México muchas vidas están limitadas por el compadrazgo y la falta de futuro. La corrupción desvía recursos de servicios básicos e inversiones. No es casual que México se ubique en el lugar 140 en percepción de corrupción (último de la OCDE). Ese entorno empuja a buscar el futuro fuera del país.
La corrupción endémica y la narcoviolencia evidencian la falla en resolver problemas básicos. Abundan los desfalcos públicos y los políticos coludidos con cárteles. La “Cuarta Transformación” prometió erradicar esos males, pero la realidad contradice el discurso. Un expediente ciudadano documentó 100 casos de corrupción en Morena, revelando que la transformación a menudo refleja los viejos vicios.
En otras palabras, el movimiento que prometió reformar el sistema está repitiendo desvíos de recursos, nepotismo y opacidad del antiguo régimen. Esta paradoja morenista —combatir la corrupción mientras se tolera a corruptos internos— ha generado desencanto entre sus propios simpatizantes.
Al mismo tiempo, el narcotráfico corrompe y desangra al país. Autoridades coludidas con capos y comunidades sometidas al narco: signos de un tejido social roto. Una cultura que normaliza la “mordida” y convive con el narco se sabotea a sí misma.
Morena llegó al poder con promesas de cambio, pero hoy enfrenta una crisis moral. Hasta su dirigencia admite que proliferan quejas contra militantes, mientras su Comisión de Honestidad poco logra. Militantes y votantes que creyeron en la regeneración ven con indignación cómo “los nuevos morenistas” caen en las mismas prácticas del viejo régimen. La promesa de erradicar la corrupción se siente traicionada donde siguen mandando los mismos caciques. Es un desencanto que revela un problema cultural de fondo.
Puesto el diagnóstico. Desde las antípodas toca avizorar ahora algunas propuestas.
Si México quiere dejar de fracasar, debe elevar su inteligencia social. Algunas propuestas desde la ciudadanía:
• Cero impunidad: Fortalecer el Sistema Nacional Anticorrupción con fiscales autónomos que castiguen la corrupción sin excepción. Sin consecuencias reales, robar seguirá siendo un “negocio rentable”.
• Vigilancia ciudadana y refacultamiento ciudadano. Crear consejos ciudadanos con poder para auditar gobiernos locales y federales, de obras públicas a seguridad. La sociedad, armada con datos y tecnología, ya documenta abusos; hay que institucionalizar esa vigilancia.
• Revolución cultural: Inculcar valores de honestidad y responsabilidad desde la escuela y el hogar. Premiar al funcionario honesto y al empresario que cumple la ley, para que dejen de ser vistos como “tontos” en una cultura que glorifica al listo.
O regeneramos el capital social o nos hundimos en la “estupidez colectiva”. La elección es nuestra: reinventar la cultura para no fracasar o resignarnos a la decadencia.
José Ojeda Bustamante
@ojedapepe