• 28 de Abril del 2024

Bienvenidos al manicomio

 

 

Márcia Batista Ramos

 

“Los manicomios siempre han destilado el espíritu de la época. Todas las deformaciones, las jorobas psíquicas y las excentricidades están tan diluidas en la sociedad que resulta difícil percibirlas, pero aquí, concentradas, revelan claramente el rostro de los tiempos que vivimos”.

 Stanislaw Lem

Parece que los mundos dentro del mundo, son tantos cuantos somos nosotros, los habitantes del planeta. Para hablar de la trágica ruina, no sé si empiezo por la Kensington Avenue, en Filadelfia, Estados Unidos, por la Cracolandia, en el centro de São Paulo, Brasil, o por cualquiera de los miles de tugurios a cielo abierto que pululan en el planeta, sirviendo como centros de destrucción de la vida.

Filadelfia, es la ciudad más grande de la Mancomunidad de Pensilvania y la segunda ciudad más grande del noreste de las regiones del Atlántico medio después de Nueva York. Es una de las ciudades históricamente más importantes de los Estados Unidos, y una vez sirvió como la capital de la nación hasta 1800. São Paulo, es el dinámico centro financiero de Brasil, se encuentra entre las ciudades más pobladas del mundo, con varias instituciones culturales y una rica tradición arquitectónica. Eso no sirve de nada si hay personas aprisionadas en múltiples miserias, incluyendo la adicción a las drogas.

El punto es que siempre que alzo la vista y miro hacia adelante, veo presencias entre las sombras que captan mi atención, son figuras toscas, que caminan a paso apresurado y que rompen la quietud de la vida (son las drogas, sometiendo a los seres humanos). Resulta difícil no quedar mirando la ruina airada. Es casi imposible no buscar palabras para tratar de hablar sobre tales ocurrencias indecibles, por el espanto y el dolor que causan.

Mientras los hombres exploran el planeta marte o las profundidades de los océanos, los gobiernos negligentes, hacen de la vista gorda ante el crimen organizado que hiere y mata, dejando en claro que en este juego todos perdimos la partida. Por eso los gobernantes, jamás buscan una guillotina para descabezar el mal. Infelizmente hay millones de intereses encubiertos, dejando entrever la lucha por el dinero que es trabada del hombre contra el hombre, sin importar su propia destrucción.

Las drogas campean a vista y paciencia de todos, tal vez, las autoridades las consideren un mal necesario. La indiferencia, bien decía mi abuelo, es signo de interés oculto; pues mientras hacen que no ven, están recibiendo raudales en diezmos que no pueden ni gastar, ni llevar a la tumba.

-El barrio marginal, conocido como la Cracolandia, en Brasil, es la sede de un mercado ilegal y área de consumo público de crack. Mientras, Kensington Avenue, es una especie de campamento de drogadictos al aire libre, donde las personas son consumidores de heroína o fentanilo. Los puntos en común son obviamente, las drogas, las calles repletas de basura y la inseguridad reinante. La diferencia es que en el país del norte los drogadictos que deambulan disgregados, carentes de gestos de humanidad, son menos pobres porque tuvieron mejores oportunidades desde el nacimiento, que los drogadictos en el país del sur. Empero, la miseria y decadencia humana, no tiene ninguna diferencia en los dos lugares o en otros lugares del planeta donde pasa lo mismo y no los estoy nombrando ahora.

Son miles de personas oprimidas y vencidas, que se auto maltratan y se auto infringen torturas quedándose cautivas de las drogas, parecen los muertos que no logran alcanzar el descanso eterno y se quedan a habitar entre nosotros. Uno se sorprende al verlos perdidos, espiritual y físicamente derrotados, parecen sacados de una película de terror, caminando como zombis que no saben a dónde ir o acostados en las aceras o sobre la basura, evitando el contacto con otros seres humanos que también los evitan. Parecen un ejército fantasma, para quienes no están inmiscuidos en su mundo. O un circo de rarezas para los medios que, también, lucran con su dolor.  Aparentemente, conviven en armonía entre ellos ya que no reciben ninguna conmiseración de la vida.

Los miro entre el sol y el asfalto y me pregunto qué melodía escuchan en sus propias cabezas: ¿Será que oyen “Helter Skelter” de los Beatles? ¿El Mesías de Händel? ¿O ninguna voz les resulta necesaria? Tal vez, así drogados, encuentran el silencio que, paradójicamente, les aparta de todas las miserias del mundo.

Lo cierto es que nunca sabremos cómo llegaron allí, son circunstancias muy particulares, las que llevan a cada individuo a caer en los tentáculos de los cárteles que, en su brutal demencia, lucran con la desgracia humana; además, tampoco sabremos qué monstruosa lucha se produce en tanta oscuridad, ya que tamaño goce por la muerte desafía la imaginación.

Ellos están en una mortífera andanza, con daños terribles e irreparables, vemos por las pantallas imágenes espeluznantes. Ni reaccionamos, tal vez, no hay tiempo porque las noticias son muy rápidas. A parte de que asimilamos a través del imaginario colectivo, después del cúmulo de guerras, que la vida no vale nada.

De hecho, la humanidad como un todo conectado está tan mutilada que, es difícil entender cómo la decadencia se asoma por todos los costados y las personas simplemente, desvían la mirada y no se interesan, como si estuvieran vacunadas y lo que pasa con los demás, jamás pasará con uno.

Los burócratas hablan de tres epidemias de drogas, la primera, por los opioides; la segunda, por la heroína; ahora, por el fentanilo.

En la Kensington Avenue, en Filadelfia, Estados Unidos, en la Cracolandia, en São Paulo, Brasil, o por cualquiera lugar del planeta donde las personas están sumidas en las drogas, una sobredosis representa apenas un número más en las estadísticas oficiales, ya que la muerte siempre llega para todos los que nacen. El problema reside en cómo viven.

Aun así, uno se pregunta si éstas personas aún abrigan sueños en sus mentes.

Es muy doloroso ver a tantas personas que, ya que perdieron su propia claridad y lucidez, deambulando por las tinieblas sin, jamás, encontrar misericordia.

¡Bienvenidos al manicomio!