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Márcia Batista Ramos
Le Cimetière du Sud fue creado en las afueras de la ciudad de Paris en 1824, como muchos otros cementerios que reemplazaron el Cimetière des Innocents, que estaba dentro de la ciudad y fue cerrado en 1786 por motivos de salubridad. Le Cimetière du Sud es un cementerio ubicado en el barrio de Montparnasse, París, Francia, en el número 3 del bulevar Edgar Quinet; ocupa 19 hectáreas. Se sitúa en el barrio de Montparnasse, por eso, pasó a ser conocido con el nombre de Cimetière du Montparnasse. Con el tiempo, la necrópolis reunió tanto las huellas de personajes públicos como las de personas desconocidas. Cabe notar que en el centro del cementerio de Montparnasse se encuentra el único molino que se conserva de los treinta molinos que había en la llanura de Montrouge. Fue construido a mediados del siglo XVII por los hermanos de Saint-Jean-de-Dieu o de la Charité. Durante la Revolución, el molino se transformó en una sala de baile al aire libre. En 1824 pasó a formar parte del cementerio ampliado de Montparnasse y a albergar la residencia del guardián. Hoy el molino está vacío. El cementerio en sus inicios, era una necrópolis privada de los monjes de Saint-Jean-de Dieu, sólo a principios del siglo XIX se convirtió en un cementerio público, la primera inhumación tuvo lugar en 1824.
El perro continúa su vida indolente como si nada fuese a cambiar: como si las moscas no pudiesen cruzar los mares después de cada ataque que transforman las ciudades en añicos y dejan festines de sangre en pozas para los que tanto aman las guerras. Se queda absorto en sus sueños, alucinando con cualquier cosa, como si la guerra no pudiera alcanzarlo; como si nada pudiera transformar su existencia.
“Querida mamá:
Creo que mejor hago en abandonar las cosas como están. No he sabido vencer, espero que en otro mundo exista más felicidad.
Cariñosamente tu Yin Yin.
Un abrazo a Palma”, 1943
En una atmosfera densa de tristeza e incertidumbre, gracias a un resto de esperanza, todos esperan un milagro. Mientras los rebeldes que ya se apoderaron de una región al centro del país, fundaron la Republiqueta del Mal, consolidando su guerrilla con la toma de cuarteles, bases militares, aeropuerto y rehenes, en el territorio que creen liberado por su movimiento.
Los muertos vienen a visitar estas tierras, en otra versión de la fiesta de las calaveras. Cuando llegan, no encuentran la mesa tendida, porque no hay pan, ni frutas, ni vino… Ya nada es como fue en sus vidas. ¡Ay, caramba! La república perdida.
A veces, sólo a veces las guerrillas duran casi veinte años o veinte años, como la guerrilla librada entre la junta militar etíope, conocida como Derg y los rebeldes antigubernamentales etíopes-eritreos. No sé porque pienso en eso. Tal vez, el hecho de saber que no puedo ir de una ciudad a otra, como hago con frecuencia, me está causando una angustia claustrofóbica propia de un prisionero. Horneo pan, galletas, empanadas y todo lo que es rico y engorda, pero el día pasa lento como una meditación japonesa y lo único que sé es que los bloqueos continúan.
La tía Nena, fue tía política de mi padre, era una mujer pequeña y ágil, siempre sonriente, hablaba con calma y expresándose de manera sencilla, con un vocabulario propio de una niña. Ella cultivaba muchas plantas medicinales en medio a las flores de su jardín y tenía un armario donde guardaba un sinfín de hierbas que representaban una cura para cada mal.
Premonición
Hiba Kamal Abu Nada, autora de la novela “El oxígeno no es para los muertos”, en la noche que un misil le quito la vida, relató en un poema que, “La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles;” escribió presagiando su propia muerte.
El mundo es ancho y profundo. Tiene miles de historias sueltas en el aire y existe gente dispuesta a contarlas sin pelos en la lengua.
Abrí los ojos y supe que era huérfana, como los perros y los gatos callejeros o los niños de la literatura victoriana que siempre son desfavorecidos y a menudo menospreciados, abriéndose paso en el mundo sólos, sin ayuda, casi siempre desprendiendo soledad y angustia como los gatos y perros callejeros. Sin saber que la orfandad, es el sentimiento de desamparo que está en el alma de todos los humanos desde del vientre hasta la tumba. Por eso, nos aferramos a la promesa que está escrita: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros" (Juan 14:18). Entonces, nos enseñaron a esperar que se cumpla la promesa en la certera muerte, en la tumba oscura y solitaria, mientras el cuerpo se descompone… La promesa era para aminorar el miedo a la muerte que carcome las uñas, los ojos y las heridas.
Apoya DIF Puebla Capital y Fundación Telcel-Telmex a personas con discapacidad
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