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Márcia Batista Ramos
Hace frío, como en casi todas las noches en el altiplano. Mientras escucho Patética, de Tchaikovsky, las palabras, casi congeladas, salen entrecortadas de la carta, muy despacio porque no quieren relatar lo que, en verdad, vinieron a decir… Nunca sé explicar los mecanismos de cada instante… Las cartas, son como la vida, nadie sabe lo que se trae en la próxima palabra, como en el próximo día o en la próxima esquina. Pero la vida es más importante que una carta. Lo malo, es que, muchas veces, las cartas cortan el aire, como si por un instante, robasen la vida. En la noche aquí, a más de tres mil metros de altura sobre el nivel del mar, sopla un viento frío que traspasa el abrigo, el tuétano y el alma. Es una especie de congelador. El viento, sin pedir permiso, suele traer historias y dolores, al igual que las misivas que siempre son un espacio para su propio desahogo, vienen de algún lugar con mar, con un lenguaje adecuado para expresar un no sé qué, que al final siempre duele…
"La cultura indígena es maravillosa y está viva. Seguiremos centrándonos en esta increíble fidelidad a nuestra ascendencia, al tiempo que nos mantenemos en línea con las nuevas tecnologías."Eliane Potiguara
Cuando estalló la guerra todos los hombres fueran al frente, hasta el cura Maximiliano que, dijo que sería más útil allá, que en el pueblo. Pero don Antonio, no fue a la guerra porque era tuerto, no podría disparar y también, era cojo, la marcha sería muy pesada para él. Se quedó arando tierras, yendo al pueblo vecino para traer la correspondencia que llegaba por el tren, cuidando animales y faenando cuando se daba el caso.
Le Cimetière du Sud fue creado en las afueras de la ciudad de Paris en 1824, como muchos otros cementerios que reemplazaron el Cimetière des Innocents, que estaba dentro de la ciudad y fue cerrado en 1786 por motivos de salubridad. Le Cimetière du Sud es un cementerio ubicado en el barrio de Montparnasse, París, Francia, en el número 3 del bulevar Edgar Quinet; ocupa 19 hectáreas. Se sitúa en el barrio de Montparnasse, por eso, pasó a ser conocido con el nombre de Cimetière du Montparnasse. Con el tiempo, la necrópolis reunió tanto las huellas de personajes públicos como las de personas desconocidas. Cabe notar que en el centro del cementerio de Montparnasse se encuentra el único molino que se conserva de los treinta molinos que había en la llanura de Montrouge. Fue construido a mediados del siglo XVII por los hermanos de Saint-Jean-de-Dieu o de la Charité. Durante la Revolución, el molino se transformó en una sala de baile al aire libre. En 1824 pasó a formar parte del cementerio ampliado de Montparnasse y a albergar la residencia del guardián. Hoy el molino está vacío. El cementerio en sus inicios, era una necrópolis privada de los monjes de Saint-Jean-de Dieu, sólo a principios del siglo XIX se convirtió en un cementerio público, la primera inhumación tuvo lugar en 1824.
El perro continúa su vida indolente como si nada fuese a cambiar: como si las moscas no pudiesen cruzar los mares después de cada ataque que transforman las ciudades en añicos y dejan festines de sangre en pozas para los que tanto aman las guerras. Se queda absorto en sus sueños, alucinando con cualquier cosa, como si la guerra no pudiera alcanzarlo; como si nada pudiera transformar su existencia.
“Querida mamá:
Creo que mejor hago en abandonar las cosas como están. No he sabido vencer, espero que en otro mundo exista más felicidad.
Cariñosamente tu Yin Yin.
Un abrazo a Palma”, 1943
En una atmosfera densa de tristeza e incertidumbre, gracias a un resto de esperanza, todos esperan un milagro. Mientras los rebeldes que ya se apoderaron de una región al centro del país, fundaron la Republiqueta del Mal, consolidando su guerrilla con la toma de cuarteles, bases militares, aeropuerto y rehenes, en el territorio que creen liberado por su movimiento.
Los muertos vienen a visitar estas tierras, en otra versión de la fiesta de las calaveras. Cuando llegan, no encuentran la mesa tendida, porque no hay pan, ni frutas, ni vino… Ya nada es como fue en sus vidas. ¡Ay, caramba! La república perdida.
A veces, sólo a veces las guerrillas duran casi veinte años o veinte años, como la guerrilla librada entre la junta militar etíope, conocida como Derg y los rebeldes antigubernamentales etíopes-eritreos. No sé porque pienso en eso. Tal vez, el hecho de saber que no puedo ir de una ciudad a otra, como hago con frecuencia, me está causando una angustia claustrofóbica propia de un prisionero. Horneo pan, galletas, empanadas y todo lo que es rico y engorda, pero el día pasa lento como una meditación japonesa y lo único que sé es que los bloqueos continúan.
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