En principio, vuelven a errar su estrategia declarativa, porque el término "dictadura" es actualmente ajeno al glosario popular.
Descalificar al régimen de ese modo, los aleja de la posible comprensión de sus diatribas.
Ni siquiera cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó por más de 70 años el país, se pudo hablar de una dictadura, en realidad.
Por ejemplo, para definir este régimen tan sui generis en Latinoamérica, se acuñó el término "dictablanda", porque un mismo partido mantuvo el poder por más de siete décadas, con base en la coacción y en el paternalismo de Estado.
Pero tampoco aquella fue una dictadura.
Quien utilice el término con tal ligereza, por supuesto desconoce casos de la historia contemporánea, acontecimientos tan graves como el golpe de Estado en la década de los 70 en Chile y Argentina.
Allá sí hubo dictadura y en serio.
Hubo un régimen violento y de mano dura, que asesinó y secuestró los derechos fundamentales de chilenos y argentinos, solo por citar los dos casos que están más en la memoria latinoamericana.
La dictadura tiene como componente esencial y fundamental, la violencia y precisamente la bota en el cuello de los ciudadanos; la violación sistemática de los derechos humanos; la anulación de todas las libertades sociales, políticas y económicas.
En ese componente no se puede hablar de dictadura.
La Real Academia de la Lengua Española define a la dictadura como "un régimen político en el que el poder se concentra en una persona o grupo, y se ejerce por la fuerza o violencia. En una dictadura, se reprime la libertad individual y los derechos humanos".
En estricto sentido, ningún régimen o gobierno emanado de las urnas, con una victoria tan contundente como tuvo en 2018 y en 2024 el actual, puede siquiera acercarse a ser una dictadura.
Uno de los mayores yerros de la oposición ante Andrés Manuel López Obrador fue su incapacidad para fijar una agenda política y declarativa audaz.
Siempre iban detrás del tabasqueño en los temas que estaban en el debate público.
López Obrador permaneció blindado a los ataques opositores, porque además de su popularidad tuvo el gran tino de fijar la agenda mediática en el país, día con día desde la mañanera.
Lo mismo ha venido haciendo — y hay que reconocer que con mucho éxito — la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo.
Desde su conferencia matutina en Palacio Nacional fija los temas del debate público.
Ella y su equipo saben hacerlo con un lenguaje accesible para los ciudadanos.
Con contundencia ganó el debate con Claudio X. González al llamarlo "junior tóxico".
Por cierto, que en ese episodio el gobernador electo de Puebla Alejandro Armenta fue lo suficientemente hábil y ágil para darle respaldo a la presidenta de la República.
En términos boxísticos, le tumbó los dientes al ultraderechista, al exhibirlo como una persona que lucra políticamente y que en realidad vive de donativos y de la fortuna de su papá.
Qué mejor agregado al contundente adjetivo de "junior tóxico", que efectivamente es un perfil que tiene el verdadero líder mediático de la menguada oposición.
El cuento pueril de que el actual régimen quiere una dictadura, lo comenzó a propagar Rafael Alejandro Moreno Cárdenas, alias “Alito”, presidente del PRI, y quien con argucias inmorales ha pretendido seguir en la presidencia del Comité Directivo Nacional (CEN).
En Puebla, esos mismos argumentos los ha repetido el dirigente priista estatal, Néstor Camarillo Medina.
Pero les falta cultura, por supuesto; les falta leer y de sobra les falta contexto histórico, ese que se aprende lo mismo en las aulas que en la vida política, pero que no tienen.
Pero en el colmo del descaro, “Alito”, quien sí ha ejercido violencia política e institucional contra sus compañeros de partido con tal de quedarse eternamente en la diligencia, se muerde la lengua al hablar de dictadura.
"Corre, dijo la tortuga/ atrévete, dijo el cobarde... Sé que has sido tú, dijo el culpable...", reza una de las más elocuentes canciones del gran maestro andaluz Joaquín Ramón Martínez Sabina.
Es cuánto.