El 6 de agosto de 1945 partió la historia en dos. Ese día, el mundo conoció el horror absoluto: una bomba atómica cayó sobre Hiroshima, matando a más de 70 mil personas en segundos. Tres días después, Nagasaki se convirtió en otro escenario de devastación.
Ocho décadas después, la Comisión Iberoamericana de Derechos Humanos para el Desarrollo de las Américas (CIDHPDA) reafirma su compromiso con la paz y el desarme nuclear. El mensaje es claro: “Respaldamos firmemente el llamado del gobierno japonés y de organismos internacionales a trabajar por un mundo libre de armas atómicas”, declaró Víctor Hugo Gutiérrez Yáñez, comisionado presidente para América Latina y el Caribe.
El pronunciamiento recuerda a los hibakusha, sobrevivientes de los bombardeos, cuyo testimonio sigue alertando al mundo. No se trata de historia antigua: el riesgo nuclear sigue presente, más aún en un contexto cargado de tensiones, guerras y discursos hostiles entre potencias.
La CIDHPDA respalda el trabajo de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) y se suma a la preocupación por los conflictos actuales en Medio Oriente, donde la violencia y las amenazas aumentan peligrosamente la posibilidad de una escalada nuclear.
La organización subraya que la prohibición total de armas atómicas no puede esperar más. Y comparte las palabras del alcalde de Hiroshima, Kazumi Matsui, quien pidió a los líderes del mundo conocer el horror en persona, visitar Hiroshima y repensar su papel.
Este llamado no es simbólico. Es una exigencia ética. La CIDHPDA demanda construir un marco de seguridad basado en el diálogo, la confianza mutua y el respeto a los derechos humanos universales. La amenaza no puede ser la base de la paz.