• 25 de Enero del 2025

Arraigo, la raíz que une a Ilamacingo y Nueva York

A pesar de que están a miles de kilómetros, las personas originarias de esta comunidad siempre regresan o ayudan para mantenerla viva.

El arraigo es la raíz que cruza miles de kilómetros entre Nueva York e Ilamacingo, y que vive en cada uno de los hijos e hijas de esta comunidad perteneciente a Acatlán, en la Mixteca de Puebla.

Ni el tiempo, ni la vida en la Gran Manzana, hace que los nacidos en este lugar se olviden de su tierra. Por eso siempre regresan, en ocasiones para vivir el resto de su vida lejos de la Unión Americana, otras veces para recargarse de energía y volver a la difícil vida del migrante.

Leonel Castelán Rojas, integrante del Ilamacingo Comité NYC, fue migrante por primera vez a muy corta edad. Y es que, como todos los nacidos en estas tierras, por sus venas corre la sangre de quienes arriesgan la vida para cruzar el río Bravo, en busca de un mejor futuro para su familia.

“Mi papá es migrante. Él es residente de Estados Unidos. Hermilo Castelán, mi padre, tiene 76 años, fue de los primeros que emigraron (desde Ilamacingo) hacia Estados Unidos. Se fue desde los 20 o 25 años, más o menos”.

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La historia del Leonel migrante comenzó a inicios de la década de los ochenta del siglo pasado, cuando sus padres lo mandaron a traer junto con sus hermanos para reunir a la familia en territorio estadounidense.

“Yo tenía cuatro años, estaba muy chiquito. Entonces nos fuimos. Nos fuimos toda la familia. Estuvimos como cuatro años allá. Inicié mis estudios, entonces regresé por decisión de mis padres (…) la situación no estaba tan bien socialmente en Estados Unidos, había mucha represión para los migrantes”.

En la Mixteca, Leonel acabó su educación básica y después se fue a Guerrero para estudiar una licenciatura. Al casarse, nuevamente tomó el camino del migrante.

“Una vez casado, pues me fui a Estados Unidos otra vez a probar suerte. Para nosotros y para mucha gente de aquí, de nuestras comunidades, es normal emigrar y buscar algún sueño, una posibilidad económica (…) estuve allá tres años y me regresé porque aquí estaba mi esposa, estaba mi hijo”.

De esta forma, Leonel cumplió su destino. Ahora, aunque no vive en Ilamacingo sino en Acatlán, es parte del comité que tiene integrantes en los dos lados de la frontera, y que tiene como objetivo mantener viva su comunidad de menos de 800 habitantes.