Donald Trump se ha propuesto el desmantelamiento político y jurídico heredado por el Partido Demócrata, el juguete visible de George Soros. La anulación de las políticas LGBT, la cancelación de recursos a las universidades, la anulación de la ciudadanía de los migrantes enmarcada por las redadas, son algunos de los objetivos de la agenda Trump anti/Soros.
Del otro lado, los enemigos de Trump le han acusado de polarizar a la sociedad estadounidense, convirtiéndola en la víctima de su retórica explosiva.
Tanto el poderoso inversor (hoy aparentemente en retiro) como Trump, han intercambiado acusaciones. El ahora presidente ha dicho que detrás de las protestas contra su gobierno se encuentra Soros, mientras que este último, lanzó alguna vez "conjuros de mala suerte" a Trump; desde el mismísimo Foro de Davos.
Uno y otro representan las dos caras de la misma moneda: el enorme poder del capital. Trump, impulsado por los texanos multimillonarios, los poderosos emporios armamentistas, y el voto cubano de Florida, enfrenta sin titubeos a Soros, este último encaramado en sus Fondos de Inversión, el control del Partido Demócrata, y su más que influyente organización Open Society, con tentáculos en todo el mundo.
Trump, sabe que enfrenta a un enemigo peligroso, ágil y calculador como las serpientes. Consciente de que el tiempo no le favorece, el anciano inversor ha puesto en manos de su hijo Alex Soros su emporio, sin ignorar que esta vez enfrenta a un Donald Trump resuelto e imbatible, sin la condescendencia de su primer mandato.
Los dos personajes hoy se juegan el todo por el todo, en un mundo que parece estrechar sus fronteras ante la reproducción de los discursos de odio.
Trump representa al Nacionalismo con sabor a siglo XXI, pero que mucho huele al racismo sureño del siglo antepasado. No cree en la apertura de las fronteras, y juega sus mejores cartas a favor de una América cerrada, el poder de la raza blanca y el cristianismo como arma de combate.
Por el otro lado está Soros, enemigo de la ortodoxia y el tradicionalismo, dispuesto a quebrantar las fronteras en aras de una nación supranacional impulsada por el capitalismo más salvaje. Ninguno de los dos parece dispuesto a ceder en esta furia de titanes cuyo desenlace es incierto.
Amante del financiamiento a los colectivos de feministas y migrantes, Soros logró imponer su agenda en la OEA, consiguiendo desde ahí modificar la arquitectura judicial de la mayoría de los gobiernos de América Latina. Las joyas de la corona: la legalización de la marihuana, la legislación LGBT, las políticas pro aborto.
Del otro lado, Trump ha acusado a sus enemigos de pretender el aniquilamiento de América, potenciando su narrativa ultraconservadora. Pero la izquierda financiada por Soros, es ahora un "Frankenstein progre" sin programa ni ética alguna, que vive como su opositor, del golpe bajo y las tendencias.
Ni en el caso de Trump, ni tampoco de Soros, se advierte ningún juego de equilibrios. Ambos apuestan al radicalismo de las rupturas para hacerse del poder inmediato. Ambos enarbolan, cada uno a su manera la utopía oligarca; el mundo en manos de los financieros que ahora igual que ayer, juegan al poder mientras el mundo resbala estrepitosamente.
El sionismo beligerante de Donald Trump, choca frente al aparente don de diálogo de Soros y todos sus frentes de batalla abiertos, pero de fondo emerge como siempre el sobresalto y la disolución social: Soros es el enfant terrible de Wall Street, camaleónico e impredecible.
Mientras que Soros y Trump se enfrentan, las sociedades van a la calle: en Argentina los cacerolazos, en Gaza las bombas, en las calles; los estudiantes que claman por la masacrada Palestina.
Representantes ambos del poder ilimitado del dinero, ninguno de los dos parece entender la grave situación del mundo. El crecimiento de la miseria, la crisis ambiental, la necesidad de un mundo que fortalezca los lazos de unidad no parece impulsarlos, ni la ética ni la justicia social son parte de sus lenguajes.
Ni la América evangelizada hoy por los arios paramilitares que Trump sueña, ni tampoco el pragmatismo constrictor que Soros propaga; representan una solución para los grandes problemas del mundo.
Los verdaderos cambios han de provenir de la sociedad no virtual, no evangelizada desde los centros de poder del mundo. Una sociedad no líquida sino activa, pensante y liberada del viejo cuento del socialismo vs capitalismo que hoy día ha quedado rebasado.