• 27 de Abril del 2024

La vida de un hombre ridículo

 

 

Luis Martín Quiñones

Cuando se padece de soledad, aislamiento y desesperanzas, se   puede llegar a perder el sentido de la vida. Y en esa batalla que muchas veces se convierte en melodrama corremos el riesgo de estar a un paso de la ridiculez. Esa realidad avasallante e implacable puede impulsarnos a un infatigable deseo de aferrarnos como sea y a lo que sea, aunque resulte absurdo: la vida es tan absurda, que resulta ridícula.

La raíz latina de la palabra ridículo evoca la risa, del verbo ridere, reír, por lo que ante lo absurdo de nuestros actos o nuestra vida, nos exponemos a la burla y el escarnio público. Cuando Napoleón regresó a París con su ejército derrotado por el invierno, los rusos y sus cosacos, llegó con tan sólo 90,000 hombres de 500,000 que había llevado, de ahí que dijera con elocuencia: entre lo sublime y lo ridículo, sólo hay un paso.

Dostoievski en su cuento “La historia de un hombre ridículo”, nos relata la historia de un hombre que vive en la soledad, la monotonía y en la desesperanza. En su caminar ordinario no encuentra más que la rutina que ha perdido la originalidad sin encontrar un propósito o sentido a su vida.

Lo absurdo lo lleva a pensar que vive una existencia inútil. Bajo ese vacío de fe en algún dios al cual rendir cuentas, abrumado por la desesperación y la ridiculez de su vida, abandonado a su soledad, sin amigos, sin nadie que lo espere en su hogar más que un cuarto vacío, un sillón donde intenta dormir sentado y unos libros sobre una mesa, decide que lo mejor es el suicidio.

El encuentro fortuito con una niña que pide ayuda y que busca a su madre con desesperación y un sueño que hace referencia al génesis le provoca un despertar y la reflexión. Describe su muerte, el disparo certero en su cabeza y comienza un viaje en el que tendrá la fortuna de hacer un vuelo   a un espacio que pudiera ser una suerte de espejo del mundo, otro planeta Tierra que vive feliz, un paraíso donde la maldad no existe, un mundo perfecto en el que nadie ha sembrado la codicia y los defectos del ser humano.

En su peregrinaje siembra lo que existe en su mundo real: la ambición, envidia y los pecados, pero también, ahora en la eternidad, aprecia su planeta y sus raíces florecen, y reconoce que amaba ese sitio, aunque fuera tan absurdo pero real, ese “mundo torturador” que amaba más que nunca y donde concluye que el amor se da a través del inevitable sufrimiento humano.

Dostoievski lleva al personaje en su sueño a reflexionar y expresar la naturaleza del Hombre y la historia de la humanidad cuando dice que los hombres “conocieron el dolor y lo amaron, ansiaron el sufrimiento. Y “proclamaron que el sufrimiento era la belleza, ya que únicamente éste tenía sentido”.

Ese sueño le da la oportunidad al “hombre ridículo” la justificación existencial al mostrarle un momento de belleza y significado en su vida que antes había pasado por alto.

Tiempo atrás, otro ruso, Nikolai Gogol, en su relato “El abrigo” (o “El capote”) pone en el centro de su literatura a la ridiculez. Akakiy Akakievich   sobrevive a una serie de desgracias y a la burla por su abrigo viejo y maltrecho que se convierte en un objeto ridículo bajo el acoso de sus compañeros de trabajo. Bajo ese asedio incesante, Akaki Akakievich lleva la vida de un burócrata que sólo se dedica a la abrumadora tarea de copiar documentos, irse a su casa y soportar el frío ruso con un capote imposible de reparar.

 Con un gran esfuerzo logra hacerse de un abrigo nuevo que desgraciadamente lo pierde en un robo, por lo que desecha toda ilusión y tiene que soportar nuevamente las humillaciones de sus colegas de oficina. Bajo el frío y los vientos gélidos de San Petersburgo, Akakiy Akakievich después de reclamos y de una justicia que nunca llega, sufre un resfriado mortal que, cuando llega al médico, este le da un pronóstico fulminante: le queda un día de vida.

Ya en el siglo XX el filósofo Jean Baudillard aborda la ridiculez que a menudo nos acecha en estos tiempos en que vivimos atrapados en la búsqueda de significado y autenticidad, perdidos en el consumo y la simulación. Obsesivamente estamos en la búsqueda de imágenes y en intentos de realidades que ocultan nuestra verdadera vida.

La ridiculez es la venganza preferida del fracaso, nos recuerda Émile Zola, sin embargo en el sueño de un hombre cualquiera siempre existen las segundas oportunidades, a pesar de lo insufrible que puede ser la realidad. La existencia siempre está a prueba, algunos brincan esa barrera que impone lo tangible, lo irremediable, la fatalidad; otros, simplemente siguen en un sillón escuchando el ruido y el paso de la vida.