• 07 de Octubre del 2025

Exceso de realidad

Foto: Pixabay

Es difícil sustraerse a la realidad. Diríamos que imposible. Los acontecimientos de las últimas semanas son un tsunami de tragedias y preocupaciones. El terremoto en Rusia desató el pánico en el Pacífico incluyendo a México que, aunque parece lejano, en el mundo de la globalización hasta la hoja más ínfima, que cae en el otro lado del mundo, desata una tormenta, una granizada qué tal vez remueve las conciencias.

Así nos caen las noticias, a plomo. Trump, aranceles; una maestra muerta por un infarto y no por la golpiza infame que le dieron sus secuestradores. Ya lo sabemos: la realidad produce monstruos, dice Goya, ¿y luego? Ese “exceso de realidad” que menciona Octavio Paz en El mono gramático, y que vivimos en la cotidianidad, está muy lejos de ser una experiencia sensorial que trascienda nuestra existencia. Por el contrario, nos enfrentamos a ella y chocamos de frente.

La criminalidad sigue a la alza, no obstante los logros del gobierno actual. El criminal se multiplica, como Proteo el mito griego, adquiere nuevos colores, formas y complejidades. No quedan exentos los políticos, las altas esferas del poder, ni el ciudadano de a pie que humildemente camina entre nosotros. Las madres buscadoras palmo a palmo escarban el suelo con la esperanza de, al menos, encontrar los restos de sus muertos; y los desaparecidos de Ayotzinapa sin ninguna verdad oficial.

Mientras el mundo gira podemos recurrir a los filósofos. La realidad ha sido secuestrada, argumenta Baudrillard. Entonces nos preguntamos qué cuál es la verdad o a quién le conviene qué verdad. Esta concepción enreda más las cosas. Y sigue Baudrillard con su frase lapidaria: la realidad ha sido sustituida por simulacros. Los medios informativos, las redes sociales, chismes locales y una caterva de sinsentidos nos vuelven locos y cada quien tiene su versión.

Vamos más lejos. Descartes y su cogito, eso de que “pienso, luego existo” deja mucho que desear con el sujeto que postea y luego existe. El animal, que es el hombre embrutecido, no piensa, habita una realidad alterna que poco le interesa. De nada sirve ver y ver noticias, pasar la imagen y luego otra, y otra. Y se llega a una insensibilidad inconmensurable. La realidad poco le importa, y la frase escuchada a Pablo Feinman adquiere sentido: enterarse y no poder hacer nada, no te hace culpable, pero no querer enterarse, te hace un cómplice.

Ahora llega Nietzsche con una reflexión indudablemente certera: no hay hechos, hay interpretaciones. Sin duda el filósofo alemán nos pone en aprietos. En este caos ya muy confuso de la realidad, resulta más complicado decir quién es el malo. En Gaza, miles de muertos, llega la ayuda alimentaria e Israel mata a discreción a esas gentes en busca de víveres. Argumento: la liberación inmediata de los más de 50 secuestrados por Hamás. ¿Genocidio? Sí. ¿Exigencia justificada? Sí, ¿desmedida? También. Y Nietzsche de nuevo: la voluntad de poder. Sin duda Netanyahu y Trump son la mejor muestra de esta sinrazón. Israel tiene el gran pretexto para invadir, someter al pueblo palestino y expandirse más y más hasta donde lo permita el mundo. Y Trump con su “make America great again” ha encontrado al enemigo perfecto: el migrante.

Bajo esta mirada reflexiva ¿debemos aceptar o cuestionar esta época de locura de la existencia? Ante los muertos en Gaza, miles de migrantes deportados, el hambre; ante este exceso de realidad que nos envuelve y nos asfixia, ¿qué nos queda? Confrontarla, o bien, hacerse cómplice, encender la smart tv, y ver Netflix.