El pasado 6 de agosto se conmemoraron 50 años de la bomba atómica que cayó sobre Hiroshima, a la cual seguiría, pocos días después, otra igual de letal en Nagasaki. Ambas bombas causaron la muerte instantánea de más de 200,000 personas. Sin embargo, el número de decesos posteriores por los efectos de la radiación resulta incalculable. Hubo sobrevivientes que no solo enfrentaron los horrores de las muertes cercanas y las secuelas físicas —leucemia, cáncer en distintos órganos—, sino también el estigma social: muchos fueron señalados como “contaminados”, condenados al aislamiento y al rechazo.
Si esas bombas ensombrecen el pasado, hoy la guerra y los bombardeos no están lejos de esa misma oscuridad. Sin buscar paralelismos exactos, es inevitable pensar en Gaza, que se desmorona ante el poderío militar de Israel, respaldado incondicionalmente por Estados Unidos. Se calcula que más de 60 mil personas han muerto bajo los bombardeos, entre ellas periodistas, trabajadores humanitarios y miles de niños que perecen también de hambre ante la falta de alimentos que, además, Israel no permite que sean entregados por la ayuda internacional.
Una bomba como la de Hiroshima y Nagasaki puede matar de manera instantánea; un genocidio como el de Gaza multiplica lentamente la muerte, pero su cifra podría igualar o incluso superar la de aquel agosto de 1945.
Los sobrevivientes japoneses —hoy con una edad cercana a los 85 años— reciben el nombre de Hibakushas. Se calcula que aún sobreviven unos 140,000, muchos de los cuales se han convertido en portavoces de la memoria y la paz. Su recuerdo es descarnado, estremecedor: muestra el dolor humano en su intensidad más pura y le recuerda al mundo hasta dónde llega la capacidad destructiva del hombre.
El 11 de octubre de 2024, el Comité Noruego del Nobel otorgó el Premio Nobel de la Paz a la organización japonesa Nihon Hidankyo, formada precisamente por Hibakushas, que durante décadas han luchado por un mundo libre de armas nucleares. Ese galardón simboliza, de alguna manera, la coronación de un esfuerzo colectivo. Hoy, cada sobreviviente lleva un pedazo de ese Nobel como parte de su historia.
Entre ellos destaca Yasuaki Yamashita, quien reside en México desde 1968. Sobrevivió a la bomba de Nagasaki cuando apenas tenía seis años y ha dedicado su vida a dar conferencias en todo el mundo para concientizar sobre lo terrible de las armas nucleares.
El 18 de octubre de 2018, tras una emotiva charla en el Instituto Matías Romero, tuve la oportunidad de conversar con él y hacerle una pregunta:
—¿Es posible perdonar a los Estados Unidos, a Harry Truman o incluso al emperador Hirohito?
Su respuesta fue clara: “Perdonar no sería la palabra adecuada, sino conciliar”. Y me compartió una anécdota:
“En una conferencia en Nueva York, el nieto de Harry Truman se acercó a nuestro grupo para hablar y pedir perdón por un acto que él no cometió, pero que pesaba en su apellido y en su nacionalidad. Fue rechazado.”
Con el tiempo, ese mismo gesto abrió la puerta a la conciliación. Aquel grupo terminó llevando un mensaje antinuclear por todo el mundo. El tiempo había hecho posible lo más cercano al perdón.
Llegar a un acuerdo después de una tragedia como la de Hiroshima y Nagasaki solo lo permite el tiempo. A casi 80 años, la memoria de la desgracia sigue esparciéndose como polvo en nuestra conciencia. Del mismo modo, el genocidio en Gaza corre el riesgo de convertirse en un recuerdo colectivo de la voracidad y el sinsentido humano.
¿Con qué nombre llamaremos a los sobrevivientes de Gaza? ¿Podrán algún día, no perdonar, pero sí conciliar con el mundo hebreo?
Pensar Hiroshima, pensar Nagasaki, pensar Gaza, es necesario. No podemos olvidar el 6 de agosto de 1945. No podemos olvidar el presente.
Y surge una pregunta insoslayable:
¿Es posible perdonar a Netanyahu?