• 26 de Abril del 2024

Gatos extraños

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Las historias de los gatos verdes corren el riesgo de pasar por inverosímiles, y si agregamos la falta de hallazgos arqueológicos, su existencia en otros tiempos podría quedar en duda

 

 

Luis Martín Quiñones

Perseguidos por la Inquisición, tomados por seres demoníacos, los gatos verdes fueron castigados con los más crueles tormentos. Eran demonios que ayudaban sin nada a cambio, y eso los hacía sospechosos de malignas intenciones.

La estrechez de pensamiento y la cacería sistematizada por absurdas razones, lo llevaron a ser considerado una especie en peligro de extinción. Aún así, los gatos verdes se arriesgan y caminan sobre algún tejado olvidado, entre las sombras de algún bosque, y en alguna que otra casa abandonada, dejando su estela misteriosa.

No obstante ser considerados unos monstruos por su color y sus garras de cristales, sus cuatro orejas y sus instintos filófagos, los gatos verdes suelen ser buenos amigos y aún deambulan entre humanos débiles y dignos de misericordia.

Viene a mi memoria un recuerdo de mi infancia en el que salvé a un glauco felino de los deseos asesinos de los hombres niños. En agradecimiento, me colmó de sabiduría. Alguna vez me dijo con una certeza que no me he atrevido a poner en duda: la razón es genuinamente engañosa.

Estuvo poco tiempo conmigo y comencé a dudar de su existencia, quizás, como ustedes duden ahora acerca de esta especie extraña, al leer estas líneas. Hasta que un día, ya pasados algunos años, me visitó. Sentí sus cuatro orejas restregándose en mis mejillas. Al despertar, su fosforescente color verde iluminó la habitación. Tal vez un amigo de él, un insecto con cara de cerdo, transparente al que se le podía ver su cerebro en el abdomen, me tomó de la mano, me condujo por los rincones de la casa, y comenzó a comer los desperdicios. Me invitó a la mesa donde lo esperaba un caldo de fuerte olor donde una hez flotaba rodeada de hojas de cilantro. Después una mucosidad me sujetó muy fuerte de los hombros y no me dejaba levantarme. El insecto cerdo muy amablemente se comió la mucosidad y me liberó.  El gato verde sonreía al ver la escena.

Pareciera esto un relato fantástico, sin embargo deberemos remontarnos a la teoría del gran psicólogo surrealista Peter Weber, que entre otras cosas pensaba que la realidad atroz y los miedos se transfiguraban en seres mitológicos. Sin embargo cambió de idea cuando él mismo adoptó un felino de extraño color y se fue a caminar al bosque y llegó hasta un lago de lágrimas, las lágrimas le hablaron, lo rodearon. Vio unos ojos de piedra, las lágrimas brincaron y bañaron a la piedra. Los ojos tomaron vida y lo miraron. Unos árboles le extendieron sus manos y le dijeron: “ven, no te acerques, son unos ojos malos”. Las lágrimas humedecieron sus labios y sintió el beso de los ojos y un latir de la tierra. Las lágrimas mojaron la tierra y brotó una mujer. Se fueron las lágrimas y los árboles se olvidaron de él. Se quedó solo con ella, y lo hizo llorar. La mujer lo abandonó en un laberinto y las lágrimas del ilustre doctor, inundaron el mundo. Después el gato verde lo consoló con sus orejas de terciopelo.

Si no es suficiente argumento la experiencia del doctor Weber, quizás valdría la pena recordar que si los seres extraños no existieran, Gregorio Samsa no se hubiera transformado en insecto ni yo hubiera conocido al insecto cerdo compañero de mi amigo felino.

Las historias de los gatos verdes corren el riesgo de pasar por inverosímiles, y si agregamos la falta de hallazgos arqueológicos, su existencia en otros tiempos podría quedar en duda. Sin embargo, aunque hoy casi extintos, suelen aparecer bajo circunstancias especiales, en momentos únicos de algún ser humano que necesite ayuda. No sería sorprendente que el día de hoy, después de leer este texto, acudiese a ti, dubitativo lector, un felino luminoso a hacerte compañía.

Demonios amigables, los gatos verdes esperan los momentos de debilidad y angustia del hombre. Quizás, por eso, aún soy digno de sus visitas paliativas.

Y pienso que si rescatar al hombre implica desatar a los demonios, es mejor dejar, de vez en cuando, que nos hagan compañía.