• 23 de Abril del 2024

¿Quién está matando a las niñas?

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Comienza el mes de febrero y yo sigo pensando en Yaz, la niña que murió en diciembre pasado, víctima de violencia en el seno de su familia y de negligencia institucional.

 

También recuerdo a Lupita, a quien mucho tiempo llamamos Calcetitas rojas, y a Fátima, otra pequeña víctima de feminicidio.

Así, vienen a mi memoria otros casos parecidos, otras historias monstruosas. Utilizando el modelo ecológico, es posible identificar distintas formas de violencia marcando aceleradamente las vidas y las muertes de estas niñas. La violencia estructural y transgeneracional, el abuso físico y sexual, una cultura patriarcal y adultocéntrica, todo se conjuga para que estas muertes resulten abrumadoras, pero no ilógicas.

Yaz murió tras a una larga convalecencia en un hospital público de la ciudad de Puebla, a consecuencia de una cadena de abusos al interior de su familia, ante los ojos del personal de salud y de funcionarios encargados de su protección.

Lupita fue hallada en la calle con huellas de una violencia brutal, mucho tiempo permaneció en calidad de desconocida. La prensa y el trabajo de la activista Frida Guerrera nos acercaron a estos casos.

Fátima fue secuestrada al salir de su escuela por una mujer que la conocía, cuya pareja abusó sexualmente de la niña y la asesinó. Ninguna de estas niñas rebasaba los diez años de edad. Frente a la pantalla y desde la comodidad de nuestros hogares hemos atestiguado estas y otras muchas tragedias, que ya entendemos como parte de la realidad en México.

Los detalles de este tipo de crímenes, fácilmente pueden conducirnos al terreno de la psicopatología ¿Quién abusa sexualmente de una niña de cinco años y la golpea hasta la muerte? Alguien con un severo trastorno mental o, si se busca mayor sofisticación teórica, alguien con un mal funcionamiento del córtex prefrontal y del sistema límbico. Sin embargo, estas explicaciones resultan insuficientes a la hora de entender muertes como la de Yaz, Fátima o Lupita, porque quien maltrata -y asesina- no es una sola persona y porque no estamos hablando de casos extraordinarios, sino comunes.

Jorge Barudy, en su texto El dolor invisible de la infancia (1998) compara la violencia organizada (por el estado o por grupos en conflicto) con la violencia familiar, identificando los mismos actores y también procesos análogos. Tanto en la violencia organizada como en la violencia familiar, hay abusadores, víctimas y testigos. También en ambos fenómenos se producen procesos de demolición de la identidad y lavado de cerebro. En un escenario y otro, los abusadores legitiman su violencia mediante argumentos perversos, frente a víctimas que no tienen poder suficiente para liberarse y -muy importante- frente a testigos que, sea por miedo, indiferencia o complicidad, dejan que los actos de violencia sucedan.

La violencia contra niñas y niños ha sido una constante a lo largo de la historia. Por ejemplo, Ambroise Tardieu documentó en 1868 treinta y dos casos de niños quemados y golpeados hasta la muerte. Sabemos que el maltrato infantil no siempre se ha conceptualizado como un problema social, hasta la década de 1960 se describió el Síndrome del Niño Maltratado y hasta la publicación de la Convención de los Derechos del Niño (1898), se comenzó a plantear seriamente la idea de que niñas y niños merecen respeto y tienen la misma dignidad que las personas adultas. No obstante, a ras de suelo, el maltrato infantil se encuentra normalizado, eso es un hecho. Una niña de once años me lo planteó claramente:

Un niño vale menos que un adulto. Siempre. Por ejemplo, si un niño insulta o le pega a un adulto, es muy malo, lo regañan, lo castigan, hasta se lo quieren llevar al manicomio. En cambio, si un adulto insulta a un niño o le pega, ahí no hay mucho problema.

¿Qué conexión hay entre esta afirmación y las muertes violentas de Yaz, Fátima y Lupita? Son puntos en una línea continua. En una sociedad adultocéntrica en dónde además hay altos niveles de violencia social y violencia contra las mujeres, no es difícil que las niñas se piensen y se traten como objetos desechables.

Por supuesto, crímenes como estos demandan una actuación eficiente del sistema de justicia y la implementación de sanciones para los responsables. Sin ello, el mensaje que emite el estado es un mensaje de permisividad que acentúa la vulnerabilidad de las niñas y adolescentes. En consonancia, hay que promover cambios sustanciales a nivel comunitario.

Es imperativo actuar para modificar los sistemas de creencias que dan lugar a que las personas adultas justifiquemos cualquier forma de abuso hacia niñas y niños: la casa, la escuela, la calle, el hospital, el transporte público, el parque, la tienda, el ciberespacio, todos deben volverse lugares seguros para niñas y niños.

Cada persona que ejerza violencia debería encontrarse con testigos que no son indiferentes, ni tienen miedo a movilizarse para detener el abuso. Sólo construyendo una cultura de protección infantil funcionarán las leyes y las convenciones.

Sólo si en nuestro día a día tratamos a niñas y niños con respeto, tendremos una sociedad en la que servidores públicos, legisladores y empresarios promuevan y garanticen efectivamente la protección y el desarrollo integral de las infancias y las adolescencias. El reto no es menor, pero es urgente.

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De la autora

Es doctora en Sociología por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Ha realizado investigación sobre la relación entre infancia, juventud y violencia en contextos de precariedad y es autora de diversos artículos académicos al respecto.

Fue directora del Observatorio de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de Puebla y desde hace 18 años trabaja en la promoción de los derechos de este sector de la población.

La incidencia política y la coordinación del trabajo en redes han sido campos en los que se ha desarrollado durante los años recientes. Actualmente es consultora en materia de derechos de niñas, niños y adolescentes, enfoque de género y desarrollo de proyectos.

Disfruta la docencia y a nivel universitario imparte asignaturas relacionadas con los derechos humanos y la responsabilidad social.

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