• 29 de Julio del 2025
Miércoles, 04 Junio 2025 19:47

La Big Data y el Tarot Digital

Escrito por José Rigoberto García Vargas
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La Big Data y el Tarot Digital Foto: Pixabay

La vulneración de la información sensible de las y los internautas en los tiempos del capitalismo afectivo

Por: José Rigoberto García Vargas

Hace unos días, divagué con mi “doctora corazón” acerca de esas razones del corazón que el corazón desconoce —como sentenció Blaise Pascal— mientras compartíamos bebidas espirituosas que alientan a desnudar el alma. Aquel diálogo anodino, casi risueño, derivó en una larga meditación sobre las emociones humanas, las decisiones impulsivas, los algoritmos y, de forma insospechada, el tarot.

Al llegar a casa y abrir Instagram, observé con sorpresa cómo el oráculo digital comenzaba a mostrarme cartas del amor, lecturas del destino y consejos para relaciones rotas. Mi feed era un desfile de “adivinación moderna”: recomendaciones para el desapego emocional, oráculos visuales con música LoFi y consejos pseudoterapéuticos sobre vínculos románticos; todo ello, en sincronía sospechosa con lo conversado unas horas antes.

Sospeché del micrófono abierto; del teléfono escuchando; del algoritmo que me lee el rostro y del lenguaje corporal detectado por mi cámara frontal. Sospeché, en suma, que ya no se trata solo de datos, sino de una minería emocional que penetra lo más íntimo: el deseo, la herida, el anhelo

Lo que está detrás de este fenómeno no es un juego de magia, sino la aplicación sistemática de modelos de aprendizaje automático que analizan cada reacción, cada pausa, cada interacción y cada silencio en las redes sociales

Instagram, propiedad de Meta, no necesita declararte triste para saber que lo estás; le basta con observar cuántos segundos te detuviste en un video de ruptura, cómo tocaste dos veces un carrusel de “etapas del duelo” o cómo te suscribiste —inconscientemente— a un tarot emocional que promete respuestas en 90 segundos.

Este es el capitalismo afectivo: tu ansiedad es rentable, tu duelo es data, y tu vulnerabilidad, una oportunidad de monetización. Lo que se recoge no son únicamente “datos”; también, microexpresiones emocionales, reacciones corporales, tonos de voz, patrones de sueño y consumo. Incluso, variables fisiológicas que escapan al consentimiento informado que jamás diste conscientemente.

Solo por mencionar algunos cuerpos normativos, la Ley Federal de Protección de Datos Personales en Posesión de los Particulares en México, o el Reglamento General de Protección de Datos en Europa, representan marcos jurídicos que pretenden protegernos. Sin embargo, el consentimiento genérico —camuflado entre decenas de páginas de “términos y condiciones”— jamás puede considerarse válido si el usuario no comprende el alcance de lo que cede; menos aún, si se trata de datos sensibles como la orientación sexual, la salud mental o el estado emocional.

La erosión de la privacidad no es accidental; es funcional. Y cuando el Estado cede espacio a las plataformas privadas sin regulación efectiva ni capacidad sancionatoria real, el resultado es una ciudadanía vulnerable frente a un Leviatán digital que no duerme, no olvida y no perdona


Se vale opinar…
Considero que las y los legisladores mexicanos deben poner atención urgente en la protección de nuestras emociones digitalizadas —no como una ocurrencia futurista, sino como un asunto presente—, pues ya afecta el bienestar, la autonomía y la dignidad de millones de personas.

La explotación algorítmica de la vulnerabilidad afectiva no es una amenaza abstracta: ocurre todos los días en nuestros dispositivos, en la intimidad de nuestras pantallas y en los silencios que los algoritmos aprenden a descifrar.

No podemos —ni debemos— dejar nuestro devenir emocional, nuestras dudas, nuestros duelos ni nuestros anhelos en manos de corporaciones cuyo único interés es el lucro.

Es responsabilidad del Estado garantizar que ese terreno íntimo permanezca bajo el resguardo del interés común: la protección de nuestros datos personales —en manos de particulares— y, en especial, de nuestros datos emocionales, como un derecho humano irrenunciable.


Ojo: revisen las políticas antes de regalar sus emociones a un algoritmo…

En el punto 2.3.2 de la Política de Privacidad de Meta, se lee —sin rubor alguno— lo siguiente:

“Podemos usar la información que recopilamos para desarrollar y mejorar nuestros productos, incluidos nuestros sistemas de inteligencia artificial.”

Cada vez que das “aceptar”, autorizas que tus datos —incluidos los emocionales— se conviertan en insumos para entrenar sistemas cuya finalidad no es tu bienestar, sino el perfeccionamiento de una maquinaria predictiva al servicio del lucro.

Y no hay garantía real de exclusión: aunque existe la opción de limitar el uso de algunos datos, el procedimiento es deliberadamente opaco, técnico, y diseñado para que desistas.

Ojo, mucho ojo…

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