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Álvaro Ramírez Velasco
La meta de Andrés Manuel López Obrador de obtener, junto con su movimiento, 66 por ciento de los votos en las elecciones de 2024 no solamente representa un reto de proporciones titánicas, sino también concretar un resultado que no se ha visto desde hace casi medio siglo en el país y que remite a los años esplendorosos de la hegemonía priista.
La hipótesis, aunque truculenta, tiene mucho sentido y explicaría muchas cosas: Movimiento Ciudadano (MC), el partido del viejo lobo de mar, de mucha experiencia y malas mañas, Dante Alfonso Delgado Rannauro, está en una intensa campaña para minar y desprestigiar, todavía más, al Partido Revolucionario Institucional (PRI), con el ulterior objetivo de hacerlo a un lado de la alianza con Acción Nacional (PAN), para ser ahora el partido naranja quien ocupe ese lugar para las elecciones de 2024.
Un día después de la jornada electoral en Coahuila y el Estado de México, el lunes 5 de junio, comienza la ruta de la sucesión presidencial, en sus detalles finos y formales, para el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
El temple y los reflejos que demuestran las administraciones públicas en medio de las adversidades hacen diferencia y las marcan en la memoria colectiva.
Con la confirmación, por escrito, de que fue directamente ella, a través de su teléfono, con redacción de propia mano, quien mandó los mensajes de WhatsApp para reprochar al senador Alejandro Armenta que haya exigido la democratización del Poder Judicial, la ministra presidenta de la SCJN, Norma Lucía Piña Hernández, dio carta de naturalización y legitimidad implícita a la defensa que el poblano viene haciendo de la postura y propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador, respecto de que los integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación deben ser elegidos en las urnas.
Para el Presidente de la República, no basta ganar en las urnas en 2024, lo que inexorablemente ocurrirá; él quiere y requiere arrasar.