• 19 de Diciembre del 2025

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Miércoles, 19 Noviembre 2025 13:15

Ahora tengo la nostalgia

“(…) vengo de la piel que tengo de ustedes

vengo de robar el ultimo clavel,

yo vengo, yo vengo, yo vengo, yo vengo.” Piero Antonio Franco De Benedictis

 

Márcia Batista Ramos

Vengo del sur de Brasil, de Rio Grande do Sul, mi linda tierra gaucha, donde sopla el viento Minuano. Un viento frío, helado que llega seco y cortante desde el sudoeste trayendo el aliento polar. Su nombre viene de los minuanos, un pueblo indígena de raza guerrera y bravía, que habitaba la región. Pero sobre el viento, decía mi abuelo con la cuia en mano, mientras degustaba su chimarrão:

 - “Este viento, no solo trae frío, cuando llega trae advertencias. El gaucho, desde tiempos idos sabe leer el viento como quien lee el destino”.

El chimarrão gaucho es una ceremonia silenciosa que habla de hospitalidad. Se prepara con yerba mate verde, fina, suave, en una calabaza llamada cuia. El agua caliente destila la yerba, y uno sorbe el amargor tibio por una bombilla de plata con pico de oro. Esa pajilla, caña o sorbete que usamos los gauchos es siempre de metal; y la cuia pasa de mano en mano, gesto antiguo de confianza y amistad.

Mi abuelo decía que, antes del amanecer, el primer sorbo servía para despejar el alma y despertar el campo mojado por el rocío.

En algunas noches de verano, cuando la luna llena iluminaba los caminos, conversábamos afuera de la casa bajo el titilar de las luciérnagas. Entonces los abuelos hablaban más despacio, casi en secreto, y decían que los difuntos seguían rondando la casa, velando por el ganado y por la familia. Por eso encendían velas en las noches de tormenta, para pedir protección.

 Asimismo, por la impresionante imagen de la luna, ellos siempre comentaban que la luna llena hacía florecer los campos y crecer el cabello. Muchas veces, mi abuela cortó las puntas de mis trenzas bajo esa luz.  Sin olvidarse de comentar que, por el contrario, durante la luna menguante, nadie debía plantar, cambiar su plata o cortaba leña: todo menguaba con la luna.

Transmitían el conocimiento heredado de sus abuelos —esos abuelos que nunca pisaron la tierra brasileña, pero que les grabaron entre ceja y ceja que la mesa era sagrada. Por eso dejar un cuchillo sucio sobre la mesa era una falta de respeto: había que lavarlo enseguida, para quitarle el peso de la sangre.

 Cuando estoy en la ciudad, no siempre recuerdo su sabiduría. Pero en esos días que me recojo en mi finca, todo me trae los recuerdos de los abuelos: si el perro aúlla en la noche, es porque se acerca una tormenta. Si el caballo relincha sin motivo, anuncia la llegada de un visitante. El campo siempre daba una señal, decían los abuelos. Hoy, creo que el campo sigue dando señales, aunque uno viva distraído.  

A veces, se queda todo difuso en mi mente, todo tan lejos, casi ajeno. Pero si el alborozo de la vida digital lo permite, regreso a sus voces. Recuerdo a mi abuelo explicando que, en el tiempo de su abuelo, la palabra, era casi sagrada, valía más que el papel. Quien prometía, cumplía. Faltar a la palabra era manchar el alma y el nombre de la familia. Y siempre recalcaban que la familia no podía pelearse por cosas, porque solamente los muertos de hambre peleaban por las herencias.

Así, a la hora de la comida, en las horas bajo la luna o frente al fuego, ellos repetían aquellas enseñanzas que sus abuelos les dejaron y que les ayudaron a pasar la vida.

Antes de llamar al médico, un mate o una oración. Siempre una ramita de ruda y la fe bastaban para curar el mal de ojo y el miedo. Tantas cosas tan grandes, tan pequeñas. Tal vez, sin darse cuenta. ¡No sé!

Ahora tengo la nostalgia de la fogata que parecía sagrada, ya que nunca se apagaba con agua para no atraer la mala suerte. Un buen fuego se extinguía solo, en paz.

Al igual que se extinguieron los abuelos, en la madrugada, cuando todos pensaban que estaban dormidos…

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Jueves, 21 Agosto 2025 20:14

El show del terror de USA

El despliegue de buques de guerra de Estados Unidos al Caribe es la escalada más grande que se haya visto en, por lo menos, 50 años.

Publicado en Los Exiliados

Márcia Batista Ramos

En 1822, Brasil gritó independencia.
A orillas del Ipiranga, se alzó la voz de un príncipe y nació un país que se llamaría libre. Pero esa libertad, como tantas veces en la historia, tuvo dueño. Las cadenas visibles se aflojaron en los documentos oficiales. Otras, invisibles y más resistentes, siguieron anudadas a la garganta de quienes jamás fueron llamados al banquete de la patria.

La literatura de la nueva nación —esa pluma que debía narrar la ruptura y escribir la memoria— se sentó, desde el principio, en una mesa de pocos cubiertos. Allí se acomodaron los letrados blancos, formados en moldes europeos, herederos del canon portugués. Declararon su misión de forjar un espíritu nacional, pero lo hicieron silenciando a quienes, desde siglos atrás, habitaban y sostenían la tierra.

Los negros, mayoría en muchas provincias, siguieron viviendo en un limbo legal. El tráfico de esclavizados continuó, alimentando ingenios azucareros y cafetales. Sus cantos, sus lenguas, sus cosmogonías no entraban en las imprentas. El Brasil independiente no se detuvo a preguntar qué historias querían contar. Si aparecían, era como figuras exóticas o símbolos de fuerza bruta; nunca como autores de su propio destino. El eco africano no llegó a las páginas oficiales.

Hubo, sin embargo, grietas en esa muralla. Décadas después, la voz ardiente de Antônio de Castro Alvespoeta joven y rebelde— rompió el silencio:

Auriverde pendón de mi tierra… ¡antes ondee sobre campos manchados de sangre que en manos de esclavos sirva de corona!”

Su poesía abolicionista no solo denunció la esclavitud: dio dignidad poética a quienes habían sido reducidos a cifras de mercado.

Las mujeres, guardianas de la memoria oral, tejedoras de canciones de cuna, cronistas del día a día, tampoco fueron convocadas al nuevo coro literario. La imprenta, masculina por costumbre y por ley, apenas publicaba algún poema aislado. La patria nacía muda de una mitad de su alma. Sin embargo, en cocinas, patios, cartas escondidas, ellas seguían narrando. Su literatura clandestina era el sostén íntimo de la vida cotidiana.

Los pueblos originarios, herederos de un territorio ancestral, fueron convertidos en alegoría. La palabra “Pindorama”, que significa “tierra de las palmeras” en lengua tupi, fue sustituida por vocablos coloniales. La literatura romántica pintó a los indígenas como figuras nobles y condenadas a desaparecer; una estética de despedida, escrita por quienes no compartían su lengua ni su cosmovisión. Mientras tanto, en aldeas y selvas, ellos seguían cantando, hablando en sus idiomas, relatando sus orígenes. El país los escribió como mito y no los escuchó como contemporáneos.

Así, en los primeros años de la independencia, la literatura brasileña fue un espejo parcial: reflejaba a quienes tenían el privilegio de la palabra escrita y el aval social para publicarla. Negros, mujeres e indígenas habitaban la vida real, pero no la vida impresa. La historia se contó desde un balcón alto, demasiado lejos para escuchar el murmullo del suelo.

Pero la nueva patria no estaba muda.
Había voces, muchas voces, hablando en registros que la oficialidad no reconocía:
Cantos que acompañaban la molienda en los ingenios;
Oraciones sincréticas que mezclaban santos católicos y orixás africanos;
Cuentos transmitidos alrededor del fuego, con el jaguar, la luna y el río como personajes;
Versos improvisados en fiestas populares, desafiando al amo o al vecino con ironía.

Ese Brasil no se veía en los libros, pero existía con una fuerza que, tarde o temprano, rompería la pared del silencio. Como señala Lilia Moritz Schwarcz:

“La independencia proclamada en 1822 no cambió las jerarquías sociales heredadas del período colonial; apenas las vistió con ropajes nuevos.”

Hoy, dos siglos después, el eco del Ipiranga aún se ahoga en las mismas aguas donde se hunden las voces incómodas. La Academia Brasileña de Letras, en pleno siglo XXI, se celebra a sí misma con el ingreso de figuras como Ailton Krenak y Ana Maria Gonçalves. Pero el énfasis mediático recae más en su origen étnico que en la densidad y el mérito literario de sus obras. Es la misma máscara de siempre: inclusión como espectáculo, exclusión como práctica.

No es distinto de cuando Júlia Lopes de Almeida, una de las mentes más brillantes de su tiempo, fue excluida como fundadora de la Academia, para ser reemplazada por un hombre. Aplauden la diversidad, pero la encierran en una vitrina, separada de la tradición canónica, como si su lugar en la lengua dependiera de su color o de su género, y no de la contundencia de su palabra.

La pregunta persiste:
¿Cuántas voces siguen fuera del relato oficial en un país con más de 200 millones de habitantes? La independencia política no garantizó independencia cultural ni literaria. Los estantes aún arrastran el peso de siglos de exclusión.

Y, sin embargo, pienso que cada vez que un autor afrodescendiente publica su libro, cada vez que una poeta indígena recita en su lengua, cada vez que una mujer toma la palabra sin pedir permiso, se reescribe el acta de 1822 con tinta verdadera.

Tal vez la historia de Brasil no sea un único grito en el Ipiranga, sino una polifonía que aún está afinándose.
Y tal vez, la verdadera independencia literaria solo llegue cuando todos los acentos, todos los ritmos, todas las memorias ocupen el mismo espacio en la página.

Un país no se cuenta entero hasta que escribe —y se deja escribir— por todos sus hijos. Todos.
Los visibles y los silenciados, los que siempre estuvieron y los que aún esperan.

Domingo, 14 Septiembre 2025 08:49

Brasil, 1822: el eco que no fue

El 7 de septiembre de 1822, a orillas del río Ipiranga, el príncipe Pedro —hijo del rey João VI de Portugal— proclamó la independencia de Brasil. Fue un acto teatral, romántico en su iconografía, patriótico en los manuales escolares, pero profundamente contradictorio en su esencia. Aquel grito no fue el rugido de un pueblo emancipado, sino la continuidad de la monarquía portuguesa: Brasil cambió de nombre, no de manos; se vistió de nuevo, pero conservó la misma alma.

Miércoles, 02 Julio 2025 20:07

Cimbra Sheinbaum a Washington

El anuncio que hizo la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, cimbró las estructuras de Estados Unidos.

Publicado en Los Exiliados
Martes, 17 Junio 2025 19:32

En el centro de la discusión

La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo se encuentra en Canadá para la Cumbre del G-7, en momentos críticos para el mundo, por lo que su presencia destaca al ser una de dos mujeres jefas de Estado en participar en el foro.

Publicado en Los Exiliados

Brasil, bajo el liderazgo de Luiz Inácio Lula da Silva, y América Latina en general, enfrentan un dilema entre la experiencia de líderes longevos y la renovación impulsada por figuras jóvenes. La "samba diplomática" de Brasil, que equilibra relaciones con China, Rusia y Occidente, refleja este tensionado equilibrio, pero ¿es la veteranía de líderes como Lula un obstáculo o una ventaja para la región en un mundo multipolar?

La presidenta  representará a México en Río de Janeiro, donde abordará temas como la migración forzada y el programa "Sembrando Vida"; sostendrá ocho reuniones bilaterales con líderes mundiales

Publicado en México

La presidenta de México asistirá a la Cumbre del G20 en Brasil del 17 al 19 de noviembre, donde se reunirá con líderes de las principales economías del mundo y países invitados

Publicado en México

La presidenta Sheinbaum  descartó acudir a la COP sobre cambio climático, considera si su agenda le permitirá asistir a la reunión internacional

Publicado en México
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