• 29 de Abril del 2024

Afganistán un país donde casi nunca llueve

 

 

 

Márcia Batista Ramos

"Los estadounidenses no deben morir en una guerra que los afganos no están dispuestos a luchar por sí mismos".

 Joe Biden

 

Cinco gramos de hierba y una ginebra sobre la mesa, en el fondo el viejo Frank cantando “Strangers In The Night”; la noche ni llega a la mitad y la soledad avanza a pasos largos recordando los niños nómadas jogi de Afganistán, que llegaban junto a su caravana y acampaban en las afueras de la base militar estadunidense, se acercaban a la malla y pedían agua. Los militares y civiles, les tiraban botellas de agua, golosinas y paquetes de comida por encima de la malla, haciendo por un instante, la alegría de aquellos niños, en aquél desierto; niños que habían nacido en Faryab, al noroeste del país triste, pero que sus abuelos llegaron buscando días mejores desde Tashkent, en Uzbekistán. Como los días mejores escasean en las tierras de ciertos dioses, aquellos pares de grandes ojos negros aparecían en el desierto y desaparecían por unos dos meses, para reaparecer nuevamente. Hasta que las órdenes superiores erigieron un muro alrededor de la base, y ya nadie más vio cuando llegaban ni cuando partían los niños del desierto, analfabetos e indocumentados que pedían agua cerca la malla de la base gringa en el país extranjero.

Afganistán está dominado por el macizo del “Hindu Kush”, que, en el idioma persa, significa "masacrador de hindúes", porque en los tiempos en que los musulmanes esclavizaban a los hindúes y se los llevaban a Asia central, muchos encontraban la muerte al cruzar las montañas de más de 5000 metros del Hindu Kush que es una especie de pared que divide el país en dos partes.

Cuenta la leyenda que los esclavos hindúes lloraban mientras caminaban para cruzar el gran macizo y rogaban a sus dioses por el desagravio a la enorme injusticia que significaba la esclavitud. Dicen que sus lágrimas penetraron en lo más profundo de la roca. Por eso, en los días de hoy, el Hindu Kush tiene hasta cincuenta sismos por año, causando la muerte de miles de personas afganas como venganza.

Desde la ventana, ve las luces de la ciudad que no duerme. Las luces traen el recuerdo de las noches en Kabul y los bombardeos que sobresaltaban, las historias de sangre que dejan corta cualquier ficción… Mejor recordar la dificultad para conseguir alcohol en el mercado negro; si, era más difícil conseguir alcohol que conseguir drogas, ya que Afganistán produce más del ochenta por ciento del opio consumido en el mundo. La heroína hecha con el opio afgano representa el noventa y cinco por ciento del mercado en Europa. Recuerda, también la policía corrupta que detenía y liberaba a cambio de dinero o a cambio de un poco de alcohol.

¿De qué sirvió que las comunidades agrícolas de la zona fueran las primeras en el mundo, según los arqueólogos, si hoy su potencial agrícola está desperdiciado y las amapolas donan su belleza para la producción del opio?

Tantas preguntas sin respuestas rondan su mente cuando piensa en el territorio que fue un punto de encuentro de numerosas civilizaciones y que hoy es una lagrima cristalizada en la mirada de una niña sin derechos de cualquier naturaleza.

Sorbe un trago de ginebra y declama el poema “Flor de humo” de Nadia Anjuman: “Estoy lleno de la sensación de vacío, \lleno.\Una hambruna abundante\me hierve en los campos febriles de mi alma, \y esta extraña ebullición sin agua\asusta la imagen en mi poema a la vida. \ ¡Veo la imagen de la nueva vida, \un rubor sin igual en toda la página! \Pero apenas ha respirado por primera vez, \cuando las rayas de humo comienzan\a oscurecer su rostro\ y los humos consumen su piel perfumada.”

Tanta vida en dos fatídicos años en las tierras que hoy, están entregadas a los talibanes. Aquellos días de marzo cuando la nieve comenzaba a fundirse y los ríos elevaban su caudal, había la certeza de que el sacrificio era por una causa noble, para salvar vidas y construir un país. ¡Acciones vanas! Soberbia idea de salvador de patria ajena, cuando nadie puede salvarse ni a sí mismo.

Hoy, el insomnio royendo la noche sobrecargada de recuerdos. Flashes de una guerra en un extraño país situado en el subtrópico del hemisferio norte. Un país centroasiático sin salida al mar, con inmensa altitud. Donde tres de sus grandes ríos, de las cuatro cuencas hidrográficas principales, se evaporan en el desierto, y el río Kabul, es el único, que llega hasta el mar para lavar con agua salada la sangre y la miseria de una nación cuya nieve de las montañas es la principal fuente de agua, en un país donde casi nunca llueve.

 

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Biografía:

 

Márcia Batista Ramos, brasileña. Licenciada en Filosofía-UFSM. Gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín, España; columnista en Inmediaciones, Bolivia, periodismo binacional Exilio, México, archivo.e-consulta.com, México, revista Madeinleon Magazine, España y revista Barbante, Brasil. Publicó diversos libros y antologías, asimismo, figura en varias antologías con ensayo, poesía y cuento. Es colaboradora en revistas internacionales en 22 países. Editor adjunto de la Edición Internacional de Literatura China (a cargo de la Federación de Círculos Literarios y Artísticos de Hubei, China).