• 18 de Diciembre del 2025

María Corina Machado: la Sayona[i] para los enemigos

Foto: Facebook

“Maria, Maria, é um dom, uma certa magia

Uma força que nos alerta

Uma mulher que merece viver e amar

Como outra qualquer do planeta” Fernando Brant / Milton Silva Campos Nascimento

No llega envuelta en promesas ni en la música amable de los discursos que buscan aplauso. Llega con el cuerpo entero de la palabra, con esa densidad que sólo tienen quienes han decidido no retroceder. En un país acostumbrado a la obediencia forzada, su presencia es una fisura: por donde entra el aire y también el vértigo.

Ella no viene del susurro ni del pacto tibio. Llega con el paso seco de quien ha aprendido a no pedir permiso a la historia.

La llaman Sayona, como si el mito pudiera reducirla o convertirla en amenaza irracional. Pero la Sayona no es el espanto: es la memoria que regresa cuando el abuso se normaliza, cuando la traición se instala como rutina y el poder cree haber domesticado a la conciencia. La Sayona aparece cuando la noche se prolonga más de lo tolerable y alguien debe recordar que el miedo no es eterno.

Además, la Sayona no persigue inocentes: aparece cuando el abuso deja huella, cuando la traición se cree impune, cuando el poder confunde el miedo ajeno con obediencia.

Corina no habla desde la furia sino desde una ética afilada. Su palabra no busca refugio, busca verdad. No administra la esperanza como mercancía ni negocia con la resignación. Cada gesto suyo parece decir que la dignidad no admite atajos, que hay derrotas más graves que perder elecciones, como: perder la coherencia, perder el nombre, perder la mirada.

Corina no arde por venganza, arde por memoria. En su voz no hay consuelo fácil ni consignas de utilería; hay una ética que incomoda, una palabra que no se arrodilla, un espejo donde los verdugos ven, por fin, su propio rostro.

Por eso incomoda. Porque no suaviza la herida ni disfraza el derrumbe. Porque insiste en nombrar lo que muchos prefieren callar. En su voz, la política deja de ser cálculo y vuelve a ser riesgo; deja de ser estrategia y se convierte en exposición. Quien habla así se queda sin escudos, pero también sin cómplices.

La acusan de ser dura porque no aprendió el idioma de la resignación. La señalan porque no negocia con la ruina ni con la mentira, porque camina recta en un país torcido por décadas de silencio forzado.

Para los enemigos, ella es espectro: una presencia que no se puede encarcelar ni borrar, una figura que regresa cada vez que el poder maligno intenta clausurar el futuro. Para quienes aún creen en la palabra y en la responsabilidad, ella es vigilia: porque es alguien que permanece despierta mientras otros duermen o fingen dormir.

Sayona, dicen. Y no advierten que el nombre, lejos de insulto, es augurio: es figura que aparece cuando las mazmorras están abarrotadas de inocentes, cuando alguien debe recordar que el miedo también se cansa.

Ella no promete milagros, promete consecuencia. No ofrece redención instantánea, ofrece responsabilidad. Y eso —en tierras de impunidad—es más temible que cualquier fantasma.

Para los enemigos es aparición y ultimátum. Para quienes aún creen en la dignidad, es certeza.

Una mujer de pie, con la historia mirándola de frente y el futuro, por primera vez en mucho tiempo, obligado a escuchar.

Corina Machado no promete salvación. Promete resultado. En un tiempo educado en la impunidad, esa promesa resulta insoportable. Tal vez por eso la nombran Sayona: porque saben, aunque no lo admitan, que hay figuras que no vienen a destruir, sino a recordar que ninguna noche es invencible y que la historia, tarde o temprano, exige cuentas.

 

[i] La Sayona es un espectro del folclore venezolano que castiga a quienes traicionan. Nombre con el cual, los detractores de Premio Nobel de la Paz 2025, se refieren a ella.