Eso sucede en prácticamente cualquier debate en el entorno familiar, en el laboral, hasta con la pareja. Las críticas nos hacen mejorar, sobre todo cuando son constructivas, pero cuando los señalamientos van con dejos de falta de respeto, insultos o hasta groserías, entonces se pasa a la sinrazón, a la infamia y a la difamación. Esto debe ser, también, una máxima para quienes tienen el privilegio de escribir su opinión para un medio de comunicación. Pues esta máxima no la aplica el señor Raymundo Riva Palacio, quien pasó del análisis a la diatriba, a la injuria, al agravio… a la ofensa en su columna de este miércoles. Fue caja de resonancia de un sinfín de mentiras, fake news e hizo análisis con el vilipendio de frente. El expresidente Andrés Manuel López Obrador fue, y sigue siendo, el blanco de sus columnas llenas de rabia, enojo y frustración. Pero como no trascendieron (acuérdense que puso un amparo para que no fueran exhibidos sus textos en La Mañanera), ahora el motivo de sus groserías es la esposa del exmandatario. Si tramitó o no su nacionalidad española, es lo de menos, ya no es una figura pública, pero de eso a llamarla “hipócrita” y “desvergonzada”, hasta “traidora”, no hace más que retratar de cuerpo entero al autor de esos calificativos. ¿Quién protege en El Financiero al señor Riva Palacio? A cualquier novel periodista que no sustente sus dichos, es despedido y hasta defenestrado. Muchos lo padecimos. Cuidan a las “vacas sagradas”. En Puebla hay varios émulos, claro, sin la estatura, enanos, pero con los mismos usos y costumbres: mienten y difaman. El respeto se lo merecen todos. Ah, pero cuando algún usuario en redes, por ejemplo, les revira algún dicho, se ofenden. ¡Sean serios!
Es cuanto.