• 15 de Octubre del 2025

Educar para no obedecer: La OCDE, los zombis y el futuro que aún podemos evitar

Foto: Pixabay

En un mundo donde las crisis se han vuelto regla y no excepción, la educación enfrenta una disyuntiva brutal: o se adapta a los desafíos de una época impredecible, o se convierte en una fábrica de zombis funcionales, entrenados para sobrevivir pero incapaces de pensar. El reciente informe Trends Shaping Education 2025 de la OCDE es un llamado de alerta —pero también una hoja de ruta— para quienes creemos que aún es posible hacer de la escuela un espacio de conciencia, comunidad y transformación.

El documento identifica cuatro tensiones que atraviesan a todos los sistemas educativos del mundo: la incorporación acelerada de tecnologías sin una pedagogía clara; el deterioro de la salud mental de docentes y estudiantes; el impacto creciente del cambio climático en la vida escolar; y la desconexión de las juventudes respecto a la vida pública, la democracia y el sentido colectivo. En lugar de ofrecer soluciones mágicas, la OCDE plantea una lectura estructural: el problema no es solo de contenidos, sino de modelo. Y ese modelo —inercial, tecnocrático, fragmentado— está fallando en formar seres humanos íntegros, lúcidos y capaces de habitar con dignidad el siglo XXI.

México no escapa a este diagnóstico. Al contrario: muchas de estas tendencias se intensifican por las brechas históricas que arrastramos. La Nueva Escuela Mexicana se presentó como un intento de transformación profunda, con postulados interesantes: formación integral, vínculo comunitario, pensamiento crítico. Sin embargo, en la operación cotidiana prevalecen inercias del pasado: memorismo, ausencia de diálogo, precariedad docente y decisiones verticales que ignoran los contextos. Más grave aún: no existe una estrategia nacional para integrar con coherencia la inteligencia artificial en las aulas, ni una política pública robusta en materia de salud emocional escolar, ni una visión territorial que conecte lo educativo con los desafíos climáticos que ya golpean a miles de comunidades.

Ante este escenario, caer en el pesimismo cínico sería lo más fácil. Pero no sirve. Lo necesario es actuar desde un idealismo pragmático: ese que reconoce la complejidad sin romantizarla, pero que apuesta a intervenir con inteligencia, datos y voluntad. Por eso propongo tres líneas de acción puntuales que, con decisión política y gestión efectiva, podrían transformar significativamente nuestro sistema educativo.

La primera es una alfabetización crítica frente a la inteligencia artificial. No se trata de prohibir plataformas como ChatGPT, sino de formar estudiantes y docentes capaces de usarlas con sentido, juicio y conciencia. La OCDE advierte que, sin una guía adecuada, estas herramientas tienden a reducir la profundidad del aprendizaje. Urge incorporar módulos de pensamiento crítico, verificación de información y ética digital desde primaria, y capacitar al magisterio para acompañar —no vigilar— el proceso.

La segunda línea es establecer un Sistema Nacional de Bienestar Escolar, que no trate la salud mental como accesorio, sino como parte central del proceso educativo. Esto implica protocolos obligatorios, presencia permanente de profesionales psicoeducativos en las escuelas, espacios de escucha y capacitación emocional para los docentes, muchos de los cuales ya se encuentran agotados, desbordados y solos. La salud emocional no es gasto blando: es condición para el aprendizaje, la convivencia y la permanencia.

La tercera propuesta es vincular el aprendizaje con el territorio. No basta con enseñar sobre cambio climático desde un libro: hay que salir del aula, comprender la problemática local, dialogar con saberes comunitarios y proponer soluciones desde la escuela hacia la comunidad. Una educación climática situada puede reconectar a los estudiantes con su entorno, dar sentido a lo aprendido y formar ciudadanía desde lo concreto. En zonas rurales y urbanas, esto también es un antídoto contra la desafección democrática.

No se trata de esperar una reforma milagrosa, sino de poner en marcha acciones inteligentes y posibles. Ningún cambio será suficiente por sí solo, pero cada paso firme importa. Porque educar, hoy más que nunca, es resistir la tentación del automatismo. Es no ceder ante la lógica de la productividad vacía ni del entretenimiento adormecedor. Es formar seres humanos que piensen, que sientan, que se pregunten, que se indignen y que propongan.

La OCDE ya hizo su parte: trazó el diagnóstico y puso el espejo. Lo que sigue depende de nosotros. Y aunque parezca ingenuo, creo que aún hay tiempo. Vale la pena intentar una educación que despierte. Que no fabrique zombis, sino ciudadanos con alma, con juicio y con memoria. Y sí, todavía podemos hacerlo. Encontremos pues, maneras de refacultar a la a nuestros estudiantes a través de la educación.

@ojedapepe